miércoles, 28 de septiembre de 2011

¿Donde voy?

También tengo derecho a sentirme infantil después de todo, ¿no?



Ven, llévame, no quiero más.
Sólo dime, ¿donde vas?


Debo caminar.
Sin tener un norte,
¡sabe Dios a dónde voy!


Sí, debo echar andar, no poder parar.
Ven y sígueme al compás.

martes, 27 de septiembre de 2011

Le moment du bain.


-S’il voux plaît…-Suplicó Deneb, bloqueando la puerta con su cuerpo.
-NON.
-Eridani… Por lo que más quieras.
-Non.
-Comme tu veux…
Deneb cogió al niño que pataleó y chilló. Como pudo, le quitó la ropa que aún le quedaba y le metió en la bañera.
-Pas mal.-Rió el pequeño, chapoteando.
-Je t’ai dit…
Suspiró y se sentó al lado de la bañera, agotada. Los mellizos siempre estaban trasteando, y la verdad es que aún no se había acostumbrado del todo a levantarse siempre tan temprano, escuchando sus gritos. Habían salido a Regulus en eso: al alba ya estaban despiertos.
Pero Eridani era agotador. Tenía demasiada energía y siempre estaba pululando a su alrededor. Le quería. Muchísimo. Sabía que era ella la primera en mimarle. Pero muchos días terminaba tan cansada que caía dormida según se tumbaba en la cama.
Era paradójico que se quejase mentalmente de eso, con lo que siempre le había costado dormir. Y sin embargo, echaba demasiado de menos el simple hecho de poder quedarse hablando con Regulus hasta las tantas, de tener tiempo para ellos, de remolonear por las mañanas…
-Les cheveux. Tu dois te laver les cheveux.
-Toi aussi !
Antes de que pudiera detenerlo, el niño vertió jabón sobre el pelo de Deneb, que le detuvo demasiado tarde. “Ahora tendré que lavarme el pelo de verdad, en cuanto le acueste. Y hasta entonces, con el pelo enjabonado…” Suspiró profundamente y trató de lavar el pelo rubio de Eridani, que se retorcía resistiendose.
-Aclaramos y te seco.
-Non. Je ne veux pas surtir.
-¡Eridani !
Él se rió, retirándose hacia el fondo de la bañera. Cuando Deneb se inclinó sobre él para sacarle, atrapó su mano y tiró de ella, desestabilizándola y haciendo que medio cuerpo cayese el la bañera.
Salió quitándose el jabón de los ojos a tiempo para escuchar a Eridani riéndose mientras salía corriendo del baño. Soltó un grito ahogado, cogió la toalla y salió corriendo tras él. Su vestido era fino, y estaba empapado. Hacía frío, así que era fácil que Eridani, totalmente desnudo, se resfriase.
-Viens ici!
Bajó las escaleras tras él, pasando frente a la sala donde los mellizos levantaron la vista del libro que les leía su padre para observarles, aun bastante sorprendidos para empezar a reírse. Regulus sí que tenía ya un asomo se sonrisa y le lanzó una mirada interrogante, alzando una ceja.
-Pas de parole!-Gritó Deneb, sin detener su caza del pequeño de la familia.
Le atrapó llegando al jardín, usando la toalla como una red.
-Vas a estarte quietecito hasta que termine contigo…-Amenazó, secándole el pelo.
Su amenaza no hizo que Eri dejara de reír.
Tras otra interminable lucha por ponerle el pijama y una batalla campal en toda regla para hacer que se acostase, Deneb fue a su dormitorio y se tiró en la cama, boca abajo. Daría lo que fuera por un día de tranquilidad.
Escuchó la risa ronroneante y medio contenida de Regulus, y sus pasos entrando a su habitación.
-No te rías de mí.-Protestó, sin mucho convencimiento. Regulus se sentó a su lado.-Es realmente… Agotador.
-¿Te puede un niño de tres años, Wendy?
Deneb gimió en voz baja sin levantar la cara de la almohada. Regulus volvió a reir, inclinándose sobre ella para besar su hombro aún húmedo.
-Hueles a jabón.
-Tengo que darme un baño para quitarme todo esto. Juste… J’en veux… Descansar un poco.
-Deja que yo te prepare el baño, princesa.
-No te preocupes, Reggie, yo ya….
-Nos lo merecemos, ¿no crees?
Y tras dibujar una sonrisa traviesa, sus labios la besaron con ternura antes de dirigirse al baño por su (al fin) silencioso Nunca Jamás.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Tu ne vais pas mourir.


No vas a morir.

No pienso permitirlo.
Aunque tenga que seguirte más allá de la vida. Dios… No voy a dejar que mueras. Si hace falta te seguiré a través de la muerte y me pelearé con el mismísimo cielo y el infierno hasta traerte de vuelta.
Tu piel está helada y empapada. Tu pecho no se mueve. Creo que estoy llorando, es difícil saberlo, estoy demasiado ocupada haciendo que expulses todo el agua que has tragado.
No vas a morir.
Porque si mueres… Si mueres…
Ahogo un gemido. Me duele hasta pensarlo.
¿Por qué estás tan frío?
Yo también estoy empapada. El agua también tiraba de mí, tratando de ahogarme. Pero no era mi momento. Tenía que salvarte.
Si mueres el mundo podría dejar de existir. Me daría lo mismo. Tú eras mi luz, Regulus. Tu eras la prueba de que había algo bueno, de que merecía la pena vivir.
Así que no mueras.
No mueras.
No puedes morir. No voy a dejar que lo hagas.
Mis pociones… Ojalá las tuviese aquí conmigo.
No estás muerto, aún te queda algo de pulso. No estas muerto, pero lo pareces.
Saco mi varita, y trato de serenarme lo justo para realizar un hechizo y congelarte en el tiempo.
-Kreacher, por favor. Necesito que me lleves a un sitio.
No puedes morir. Yo voy a cuidar de ti.
Voy a obligarte a vivir aunque no quieras-
Cuando pienso en él. Sé que esto es por su culpa. Y ni siquiera le importaría, si se entera.
Siento una rabia tan profunda que me asusta a mí misma.
Te dejo en el diván, besando tus manos heladas antes de correr hacia la sala de pociones.
Mi abuela me regaló esta casa al morir. Sólo estuve una vez aquí, con ella. Era el rincón secreto de mis abuelos, lo más cerca que podían estar de Inglaterra, y es totalmente secreta. Es perfecta.
¿Cómo olvidar la sala que me enseñó, donde ella había practicado sus pociones? Yo disfrutaba incluso más que ella haciendo venenos, antídotos y cualquier tipo de brebaje mágico.
Los estantes están cubiertos de polvo, pero los ingredientes siguen en orden, etiquetados y envasados. Casi lloro de alivio, pero no hay tiempo para eso.
Y me concentró totalmente en mi poción.
No vas a morir.
Y si tengo que arrancarme el alma para verterla en esta marmita lo haré.
No voy a dejar que mueras.
No puedo, no puedo. Voy a encadenarte a la vida aunque me odies por ello.
Porque tú eres mi vida y yo no me había dado cuenta.
Y si mueres…
Si mueres…
Si mueres te seguiré.
Porque ya no quedará nada para mí en este mundo.
Si mueres, arrástrame contigo. 

domingo, 25 de septiembre de 2011

-Hola, cariño…

Me acaricia el pelo. Sus manos huelen a sangre.

-¿Qué tal el día? ¿Has aprendido mucho?
-Me ha costado encontrar los libros que necesitaba. He perdido demasiado tiempo.-Respondo lacónicamente.
-Creo que sería mejor que averigües donde hay una universidad cercana y busques allí.
-Tardaría mucho en llegar.-Protesto.
-Mejor que perder el día y no encontrar nada…
-Si pudiese ir a clases normales esto sería más fácil.
-Aprenderías menos. Irías mucho más lenta. Eres muy lista para ir con los de tu edad. Además, tendrías que estudiar cosas inútiles que no te gustan. Ahora tú eliges lo que quieres y profundizas cuanto quieres. Y no te preocupes, encontraremos una forma de “legalizar” tus estudios. De momento… ¿Informática?
-Sí. Derecho también me interesa, pero parece más aburrido.
-Si quisieses dedicarte a algo relacionado a la biología, medicina, etc podría ayudarte mucho más.

A parte del olor a sangre de sus manos, distingo una pequeña mancha roja en sus zapatos.

-Por favor… Basta.

Me mira desconcertado un instante, antes de poner expresión triste. Comprensiva. Paternal.

-¿Crisis moral?

Asiento. Y me llevo las manos a la cabeza y exploto.

-Quiero comprenderte, papá, de verdad. Incluso a veces creo que lo consigo. Pero entonces vuelvo a pensarlo: “Mata gente” Mientras me sonríes o me sirves la comida: Mata gente. Cuando me abrazas, cuando me acaricias la mejilla, pienso: Esta mano que me cuida, mata personas. Este hombre, mi padre, la única persona a la que realmente quiero, mata otra gente como nosotros. Y si fuera buena persona debería denunciarte. ¡Soy tan culpable como tú de las muertes! Pero no eres malo, sólo con tus víctimas. Por lo demás eres educado, amable, sonriente… ¿Qué debo hacer?

Me deja hablar hasta que me quedo sin palabras. Se agacha para quedar a mi altura y apoya con ternura sus manos en mis hombros.

-No. No soy un buen hombre, no te engañes. Soy un psicópata y no puedo evitarlo. Soy un asesino, y a ti nunca podré ni intentaré ocultártelo. Y si crees que me tienes que entregar… Lo entenderé. Eres mi hija. Te quiero, y te querré pase lo que pase. Eso lo sabes, ¿verdad?
-Desearía ser como tú. Así sería más fácil para los dos.
-No puedo imaginarme que fueses mejor de lo que eres de ninguna manera. Estoy orgulloso de ti.

Asiento, y entonces le abrazo. Él me estrecha entre sus brazos, tranquilizándome, como cuando era pequeña. “No pasa nada, cariño. Papá hará que esos gritos que escuchas se callen enseguida para que puedas dormir.” Para él hubiese sido mucho más fácil desaparecer de mi vida. O hacerme desaparecer a mí, cómo hizo con mi madre. Pero me quiere, aunque sea un monstruo incapaz de sentir empatía por nadie ni nada más. A mi me ha querido desde que supo que existía.

Y yo también le quiero. No le comprendo, pero le quiero. No puede evitarlo, es algo que lleva en la sangre. Una especie de demonio que forma parte de su alma y del que no puede deshacerse sin morir él mismo. Es parte de lo que es.

-Tal vez estudie también algo de psiquiatría.
-En eso si que tengo experiencia.-Contesta riendo.-Venga, cariño. Vamos a cenar.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Duelo

Nunca antes habíamos discutido realmente.
Quiero decir, lo hemos hecho muchas veces, a voz en grito, pero siempre escondiendo de forma pésima una sonrisa traviesa, hasta que uno se lanzaba a los labios del otro para terminar riéndonos bajo las sábanas.
Pero todo ha cambiado. Todo. Quiero volver a reír como hace unas semanas. Pero no puedo.
Toda mi vida he sido alegre. Demasiado alegre, según mi familia, que me tachaba de alocada, frívola, inconsciente… Yo siempre he pensado que cuando las cosas no van como te gustaría, no hay nada mejor que una sonrisa desenfadada para retar al destino. Una sonrisa pícara a un chico encantadador aunque de clase baja me sirvió para librarme de un matrimonio que aborrecía. Para escapar de los insultos de mis hermanas sonreía frívolamente, hasta que yo misma me convencía de que no me afectaba. Una carcajada en respuesta a cada golpe y desarmaba completamente a mi madre.
Pero ahora no puedo reír. Ni la sonrisa más luminosa podrá traerme de vuelta al pequeño Leo. Ni tampoco podrá hacer que le olvide. ¡Es mi hijo! ¡Y ahora está bajo tierra! ¿Cómo puedo volver a reír si pienso en su cuerpecito, en lo pequeño que era cuando cerraban el ataúd? Cada vez que cierro los ojos lo veo, y siento que me vuelvo loca.
Y grito.
Puedo pasarme días gritando y llorando, hasta perder el conocimiento. (Claro, que haber enfermado también ayuda a que en seguida mi mundo quede en sombras) Si no tengo fuerzas para gritar es igual: Me acurruco entre las sábanas tratando de hacerme pequeña y desaparecer.
Apenas como ni bebo. El médico dijo que estaba enferma, y él le creyó. ¿Cómo pudo creerlo, maldita sea? Sabe que ninguna enfermedad haría que cambiase tanto mi carácter.
Al menos me han dejado sola. No sería capaz de soportar a nadie. No quiero ver a nadie.
¿Por qué él no ha derramado ni una sola lágrima?
Me llegan las notas del maldito piano. Es una melodía dulce. Le odio. Por primera vez, aborrezco cada una de las notas que él toca. Me cubro la cabeza  con la almohada, húmeda y salada por mis lágrimas. “Ni siquiera lloraste, Wolfy. Ni siquiera derramaste una puñetera lágrima por tu hijo. Ni siquiera has vuelto a pronunciar su nombre.” Sigue componiendo canciones agradables, canciones como mis sonrisas: Que prometen que todo va a ir bien. Con esa habilidad que te ha dado el demonio.
Me levanto como sonámbula. Apoyándome en las paredes, consigo arrastrar mis pasos hasta la sala, quedando a su espalda. Sigues tocando y te escucho mientras el odio va envenenando mi alma.
-Ich hasse dich.
A penas es un suspiro escupido con odio, pero deja de tocar y me mira. Mi visión está borrosa por el cansancio y por todas las lágrimas que he derramado, así que no logro discernir bien su expresión. Se levanta en silencio, y se acerca a mí.
-¡No me toques!- grito, alejándome. No puedo evitar tambalearme.-¡No te atrevas a tocarme!
-Stancie…
-Ni siquiera te importa… ¡Nuestro hijo está muerto y a ti ni siquiera te importa!
Rompo a llorar y él trata de abrazarme. Intento apartarme. Le golpeo. Con todas mis fuerzas. Él atrapa mis muñecas con tanta facilidad que chillo de impotencia. Grito que le odio y él me abraza.
Forcejeo para soltarme. Ambos caemos al suelo, pero no me suelta. Finalmente me derrumbo, llorando contra mi hombro, escuchándole llorar contra el mío.
Entonces mi odio se desvanece por completo. Le abrazo. También le importa. También le duele. Su corazón también sangra por el pequeño Leo. Wolfy, míen liebe… ¿Por qué me lo has ocultado?
Acaricio su rostro y le obligo a mirarme.
-Todo irá bien, Wolfy.-Digo entre sollozos.- Él es nuestro ángel. Estará bien. No querrá vernos así, ¿verdad?
Asientes, tratando de serenar tu llanto. Y yo te sonrío.
Porque vuelvo a pensar que sonreír es la única forma de desafiar al destino.

En laissant passer du temps

Despierto suavemente, y me tomo mi tiempo en despejar mi mente. La mañana esta bien entrada, iluminando nuestro dormitorio.
Nuestro.
Sonrío adormilada. Me gusta como suena. Nuestro dormitorio. Nuestra casa. Nuestra isla. Nuestro querido Nunca Jamás. Noto tus dedos recorriendo suavemente la línea de mi mandíbula, dibujando un cosquilleo que me hace suspirar. Te inclinas y me besas, dulcemente. Como si fuera la bella durmiente.
Nunca pensé que hubiera una forma tan tierna de empezar un día.
Abro los ojos y me pierdo en los tuyos. Oscuros. Misteriosos. Profundos. Podría estar días sin despegar la mirada de la fuente de sombras que son los tuyos.
-Buenos días, Wendy.
Es tarde. Hace mucho que ha amanecido, y tú sueles despertarte con el sol. ¿Has estado todo esta tiempo a mi lado? Sólo ese pensamiento hace que sienta un cosquilleo por el estómago. Te adoro.
-Bonjour, ma vie.
Sonriendo, cruzas los brazos bajo tu pelo negro, estirándote cual largo eres. Giro para abrazarte, apoyando mi cabeza en tu hombro. Tu piel es suave, y huele a mar y a bosque. Con mis dedos, empiezo a trazar dibujos invisibles sobre el lienzo de tu pecho, cerrando de nuevo los ojos.


Nunca he sido tan perezosa. Dormilona puede ser, cuando no estoy en una época de insomnio. Pero perezosa nunca. Y ahora tengo la impresión de que paso más tiempo en la cama que de pie. No me quejo, me parece estar viviendo un sueño cada vez que me rozas, pero mi educación ha sido muy estricta, y aún resuena en mi memoria la voz de mi padre diciéndome que nunca perdiese el tiempo, que siempre había algo que hacer.
-¿Qué quieres que hagamos hoy, mon petit roi?
-Quiero estar contigo.
-¿Haciendo qué?
Pones una mirada traviesa y me ruborizo.
-Quiero decir, tenemos tiempo para hacer lo que queramos. Ir al bosque, a la playa… -Me miras asintiendo a mis palabras, fingiendo escucharme, pero tu sonrisa traviesa sigue en tus labios.-Podemos coger las escobas.-Acercas tus labios a mi oído, exhalando el aliento, y haciendo que me cueste seguir hablando.
-Suena bien…-Murmuras, antes de besar mi oído haciendo que me estremezca.
-O podemos…-Empiezas a jugar, con tus labios en mi piel, mientras tu brazo me rodea para deslizar por mi hombro el tirante de mi camisón.
No soy lo suficientemente fuerte para resistirme. Tampoco quiero hacerlo y mis labios buscan tu piel mientras mi cuerpo responde al tuyo.


El día transcurre y nosotros abandonamos la cama el tiempo mínimo indispensable. Como si fuese nuestra balsa. Hablamos, reímos o simplemente nos miramos en silencio. Nuestros dedos se entrelazan o juegan con los cabellos del otro; nuestros labios se besan o dibujan sonrisas. No hay ninguna prisa, ningún motivo para separarnos, para hacer nada más mientras el sol repite su camino hasta abandonarnos y dejar que las estrellas brillen en nuestro firmamento.
-Je t’aime.


Si existe el cielo, si existe el paraíso debe de ser muy parecido a esto. ¿No crees?

jueves, 22 de septiembre de 2011

Miedo

Tengo miedo.
Mucho.
Absurdo, infantil y estúpido miedo.
Y ya no es tanto a irme, que también, si no a ser capaz de hacerlo, y a no ser capaz.
Caos. Demasiado Caos.
Quiero hacerlo. No quiero hacerlo. 
Necesito mantenerme en marcha y sólo doy vueltas, corro de un lado para otro, tiro mis cosas al suelo, empiezo a ordenarlas frenéticamente para dejarlo, ponerme a buscar en otro sitio. Desesperarme. Sentarme en el ordenador, Mirar algo absurdo. Enfadarme conmigo misma por perder el tiempo. Volver a buscar. Sentirme inútil...
Hasta esto lo escribo a trompicones, llendo y viniendo. Sin borrar nada, por absurdo que me parezca tras escribirlo.
Tengo miedo.
A la impotencia. A mi inseguridad. A no atreverme. A atreverme.
Ojalá fuese de ese tipo de personas que gritan. Me gustaría gritar contra la almohada hasta desahogarme, pero yo no soy capaz... Yo sólo puedo gritar en silencio.
Oh, Dios. ¿Realmente voy a ir?
No es posible, no lo es. ¿Verdad? Siempre hay algo que lo impide.
Y soy demasiado desastre.
Quiero.
No quiero.
No voy a pensar. ¡Prohibido pensar! Sólo seguiré en marcha. No puedo parar. Si me detengo mis pensamientos me atacan despiadadamente. Y no puedo escucharlos. No puedo.
Tengo miedo.

martes, 20 de septiembre de 2011

Hasta siempre


Lo más difícil no es querer a alguien. Lo más difícil no es quererle tanto como para renunciar a todo lo que tienes para él, por entregarle tu vida, ni para esperarle durante cientos de años.

Y sé de lo que hablo.

Lo más difícil es darte la vuelta y desaparecer. Lo más difícil es ser prescindible para él. Lo más difícil es entregarle a quien él realmente quiere. Sin rencor. Sin envidia. Deseándoles de todo corazón que sean felices. Porque le amas. Porque le amo. Porque le amo tanto que sólo quiero que sea feliz. Porque le amo tanto que dejaré que se vayan juntos y, como no tengo nada más, dejaré de existir.

Me liberaré de mi misma simplemente porque ya no tengo más motivos para seguir existiendo.

Os deseo lo mejor, de todo corazón. Espero que ella te haga feliz. Espero que tú la hagas feliz a ella. Espero que la cuides cómo ojalá me hubiesen cuidado a mí. Espero que le recuerdes cada día que la quieres, esos pequeños detalles son los que me hubiesen hecho feliz.

Allá donde vaya, seguiré pensando en vosotros. Seguiré deseándoos la felicidad que os merecéis y que casi os arrebato.

No temo nada. No espero nada. Soy libre.

Hasta siempre.

Emily.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Margarita

-Eres una inconsciente.

-Si, lo sé, lo sé…

-¡Esto es serio, Constanze! El mejor músico de la corte te está cortejando y tú como si nada. ¿No te das cuenta de que cuando se entere de que perdiste tu virginidad podría denunciarte? ¿No te importa nada?

Tatareo, y cuando ella sigue hablando menciono en mi canción inconexa a mis ovejas negras. Eso basta para que se vaya dando un portazo. Últimamente prefiere castigar a las puertas antes que a mí, lo que es todo un detalle.

Podría haberle explicado que en realidad Wolfie no es un pretendiente formal, pero posiblemente eso no hubiese ayudado a la situación. Vale, tenemos algo de amantes, pero es mucho más inocente que los que me rodean piensan de mí. Algunos besos a escondidas. Algunos abrazos… No mucho más. Somos más amigos que amantes. Compañeros de juegos. Confidentes…

Él llega, y salgo corriendo a recibirle. Lleva una llamativa levita rosa y un sombrero de copa del mismo color.

-Me deslumbráis, mi querido Wolfgang.

-Es la intención.-Contesta con una sonrisa traviesa.

Me despido con un gesto y (¡por fin!) abandonamos mi casa. Me encanta la ropa de mi acompañante. Mi madre se mete con él por malgastar su dinero en esas cosas y luego tener que pedir por una habitación donde dormir. A mi me parece que mi madre podría preocuparse más en buscar la forma de ser más alegre y disfrutar más de la vida que criticando a los demás.

Paseamos. Bromeamos. Me quita el broche del pelo y yo no dudo en perseguirle corriendo. Le empujo al atraparle, y el cae al suelo entre risas, para el desconcierto de los honorables ciudadanos de nuestra ciudad. Las calles se convierten en nuestro patio de juegos. Saludamos efusivamente a personas al azar, sólo para disfrutar de su perplejidad. Fingimos hablar en u idioma extraño. Tratamos de atrapar a unos gatos y acabamos metiéndonos en una casa ajena saltando por la vaya del jardín.

Mi vestido se traba con los barrotes y caigo sobre él, entre los arbustos. Los dos reímos hasta que nos duele el estómago. Entonces él me mira y, repentinamente serio, me dice con unos ojos muy brillantes.

-Constanze, cásate conmigo.

Mi risa se congela y le miro perpleja.

-Yo… No…

-¡Perdona! No quería decir eso… ¡No! Me refiero a… ¡Me gustaría que fueras mi mujer pero…!

-No. Yo no puedo, Wolfie.

Me aparto a un lado, avergonzada. La situación es bastante incómoda de por sí como para seguir sobre él.

-Lo sé, lo siento…

-No es que no quiera casarme contigo.-Le interrumpo, poniéndome roja.-Es que no puedo.

-¿Por qué no?

Mis mejillas me arden mientras me muerdo los labios.

-Bueno yo… Me extraña que no hayas oído rumores. Yo no soy pura, Wolfie. He estado con otros hombres, por eso, por eso no puedo. Aunque creo que me gustaría… No lo sé. Perdona.

Reúno valor para enfrentarme a su mirada. Espero ver desprecio, decepción… Espero ver cómo se levanta y se aleja dándome la espalda para no volver a hablarme. Espero perderle, pero él no parece hacer nada de eso.

-Yo también.

-Si, pero es normal que los hombres hayan estado con…

-¿Otros hombres?

Le miro boquiabierta. Él contiene el aliento.

Espera ver desprecio, decepción… Espera ver cómo me levanto y me alejo dándole la espalda para no volver a hablarle. Espera perderme, pero en lugar de eso rompo a reír.

-¿En serio?

-Bueno, no sólo he estado con hombres… pero sí.

-¿Con nobles?

Él asiente bastante ruborizado, y yo empiezo a preguntarle sin ningún tipo de piedad por los nombres, estallando en carcajadas cuando alguno de ellos me sorprende. Él también se une a mi risa y empieza a contarme más detalles, curiosidades por las que los más cotillas pagarían su peso en oro por saber.

-¿No te importa?

-¿Y a ti?

-Ni lo más mínimo.

Y nos miramos sonriendo. Siento como si me hubiese quitado una losa de encima y él parece igual de aliviado. Se pone de rodillas a mi lado, coge mi mano y engarza una margarita a mi dedo anular.

-Entonces, Constanze… ¿Me haríais el honor de convertiros en mi esposa?

Voy a contestar cuando un hombre se acerca gritando, sujetando la correa de unos perros. Uno de los criados de la casa en la que nos hemos colado. Me levanto tirando de la mano y echamos a correr entre risas hacia la verja. Me ayuda a subir y yo espero que caiga a mi lado antes de volver a salir corriendo.

Cuando toma mi mano, la margarita sigue entre mis dedos.