Ven, llévame, no quiero más.
Sólo dime, ¿donde vas?
Debo caminar.
Sin tener un norte,
¡sabe Dios a dónde voy!
Sí, debo echar andar, no poder parar.
Ven y sígueme al compás.
Lo más difícil no es querer a alguien. Lo más difícil no es quererle tanto como para renunciar a todo lo que tienes para él, por entregarle tu vida, ni para esperarle durante cientos de años.
Y sé de lo que hablo.
Lo más difícil es darte la vuelta y desaparecer. Lo más difícil es ser prescindible para él. Lo más difícil es entregarle a quien él realmente quiere. Sin rencor. Sin envidia. Deseándoles de todo corazón que sean felices. Porque le amas. Porque le amo. Porque le amo tanto que sólo quiero que sea feliz. Porque le amo tanto que dejaré que se vayan juntos y, como no tengo nada más, dejaré de existir.
Me liberaré de mi misma simplemente porque ya no tengo más motivos para seguir existiendo.
Os deseo lo mejor, de todo corazón. Espero que ella te haga feliz. Espero que tú la hagas feliz a ella. Espero que la cuides cómo ojalá me hubiesen cuidado a mí. Espero que le recuerdes cada día que la quieres, esos pequeños detalles son los que me hubiesen hecho feliz.
Allá donde vaya, seguiré pensando en vosotros. Seguiré deseándoos la felicidad que os merecéis y que casi os arrebato.
No temo nada. No espero nada. Soy libre.
Hasta siempre.
-Eres una inconsciente.
-Si, lo sé, lo sé…
-¡Esto es serio, Constanze! El mejor músico de la corte te está cortejando y tú como si nada. ¿No te das cuenta de que cuando se entere de que perdiste tu virginidad podría denunciarte? ¿No te importa nada?
Tatareo, y cuando ella sigue hablando menciono en mi canción inconexa a mis ovejas negras. Eso basta para que se vaya dando un portazo. Últimamente prefiere castigar a las puertas antes que a mí, lo que es todo un detalle.
Podría haberle explicado que en realidad Wolfie no es un pretendiente formal, pero posiblemente eso no hubiese ayudado a la situación. Vale, tenemos algo de amantes, pero es mucho más inocente que los que me rodean piensan de mí. Algunos besos a escondidas. Algunos abrazos… No mucho más. Somos más amigos que amantes. Compañeros de juegos. Confidentes…
Él llega, y salgo corriendo a recibirle. Lleva una llamativa levita rosa y un sombrero de copa del mismo color.
-Me deslumbráis, mi querido Wolfgang.
-Es la intención.-Contesta con una sonrisa traviesa.
Me despido con un gesto y (¡por fin!) abandonamos mi casa. Me encanta la ropa de mi acompañante. Mi madre se mete con él por malgastar su dinero en esas cosas y luego tener que pedir por una habitación donde dormir. A mi me parece que mi madre podría preocuparse más en buscar la forma de ser más alegre y disfrutar más de la vida que criticando a los demás.
Paseamos. Bromeamos. Me quita el broche del pelo y yo no dudo en perseguirle corriendo. Le empujo al atraparle, y el cae al suelo entre risas, para el desconcierto de los honorables ciudadanos de nuestra ciudad. Las calles se convierten en nuestro patio de juegos. Saludamos efusivamente a personas al azar, sólo para disfrutar de su perplejidad. Fingimos hablar en u idioma extraño. Tratamos de atrapar a unos gatos y acabamos metiéndonos en una casa ajena saltando por la vaya del jardín.
Mi vestido se traba con los barrotes y caigo sobre él, entre los arbustos. Los dos reímos hasta que nos duele el estómago. Entonces él me mira y, repentinamente serio, me dice con unos ojos muy brillantes.
-Constanze, cásate conmigo.
Mi risa se congela y le miro perpleja.
-Yo… No…
-¡Perdona! No quería decir eso… ¡No! Me refiero a… ¡Me gustaría que fueras mi mujer pero…!
-No. Yo no puedo, Wolfie.
Me aparto a un lado, avergonzada. La situación es bastante incómoda de por sí como para seguir sobre él.
-Lo sé, lo siento…
-No es que no quiera casarme contigo.-Le interrumpo, poniéndome roja.-Es que no puedo.
-¿Por qué no?
Mis mejillas me arden mientras me muerdo los labios.
-Bueno yo… Me extraña que no hayas oído rumores. Yo no soy pura, Wolfie. He estado con otros hombres, por eso, por eso no puedo. Aunque creo que me gustaría… No lo sé. Perdona.
Reúno valor para enfrentarme a su mirada. Espero ver desprecio, decepción… Espero ver cómo se levanta y se aleja dándome la espalda para no volver a hablarme. Espero perderle, pero él no parece hacer nada de eso.
-Yo también.
-Si, pero es normal que los hombres hayan estado con…
-¿Otros hombres?
Le miro boquiabierta. Él contiene el aliento.
Espera ver desprecio, decepción… Espera ver cómo me levanto y me alejo dándole la espalda para no volver a hablarle. Espera perderme, pero en lugar de eso rompo a reír.
-¿En serio?
-Bueno, no sólo he estado con hombres… pero sí.
-¿Con nobles?
Él asiente bastante ruborizado, y yo empiezo a preguntarle sin ningún tipo de piedad por los nombres, estallando en carcajadas cuando alguno de ellos me sorprende. Él también se une a mi risa y empieza a contarme más detalles, curiosidades por las que los más cotillas pagarían su peso en oro por saber.
-¿No te importa?
-¿Y a ti?
-Ni lo más mínimo.
Y nos miramos sonriendo. Siento como si me hubiese quitado una losa de encima y él parece igual de aliviado. Se pone de rodillas a mi lado, coge mi mano y engarza una margarita a mi dedo anular.
-Entonces, Constanze… ¿Me haríais el honor de convertiros en mi esposa?
Voy a contestar cuando un hombre se acerca gritando, sujetando la correa de unos perros. Uno de los criados de la casa en la que nos hemos colado. Me levanto tirando de la mano y echamos a correr entre risas hacia la verja. Me ayuda a subir y yo espero que caiga a mi lado antes de volver a salir corriendo.
Cuando toma mi mano, la margarita sigue entre mis dedos.