Humedad. Frío. Sensación de ahogo.
En un instante estaba profundamente dormida, y al siguiente jadeaba, incorporada en la amplia cama, con un grito congelado en los labios y completamente despierta.
A excepción de ella, la cama estaba vacía. Dolorosamente vacía.
Extendió su mano por las sábanas, cómo si el tacto de la seda pudiera responder a las preguntas que se formulaba, cómo si pudieran calmar el terror sordo que la había despertado y que seguía creciendo dentro de ella como un fuego que devoraba su alma.
-Regulus…-Balbuceó con voz entrecortada.
¿Por qué iba a estar aquí?
Anoche estaba. Anoche durmió conmigo.
Nunca ha dormido contigo. Nunca ha pisado esta casa.
¡Lleva viviendo aquí mucho tiempo!
¿Sigues empeñada en creer eso?
Su pecho se agitaba violentamente. Se encogió sobre sí misma, ocultando la cabeza entre los brazos y enterrando sus dedos en su pelo. Quería/temía liberarse de su confusión.
-¿Regulus?
NO hay nadie más en esta casa.
Yo le salvé. ¡Le salvé!
No llegaste a tiempo.
Esta vivo.
Sabes que nunca…
¡CÁLLATE!
Salió de la cama de un salto, gritando su nombre. Necesitaba correr para tratar de escapar de su propio miedo. Tropezó al bajar por las escaleras y cayó en el último tramo, desde el suelo volvió a gritar su nombre.
Nadie en la cocina, en la sala o en el comedor. Sólo un desolador silencio. Se puso en pie y abrió la puerta con violencia, saliendo al jardín.
-¡Regulus! ¡Por favor, Regulus! ¡TE NECESITO!
Corrió, sin saber bien a donde. Las piedras se clavaban en sus pies descalzos y los arbustos arañaban sus brazos y sus piernas, desgarrando el fino camisón que llevaba. Deneb seguía chillando su nombre, aunque ya intuía que no iba a encontrarle.
Porque nunca estuve aquí.
¡Pero sí que estuvo!
Es lo que quise creer. Es lo que siempre he necesitado creer.
Se derrumbó, llorando, al borde del acantilado.
-No puedes estar muerto. ¡No puedes!-Le reprochó.
Se inclinó hacia el mar, que rugía furioso unos diez metro bajo ella. Le odiaba. Le temía. Le atraía.
Parece tan fácil…
-Devuélvemelo.-Siseó.
-¡Deneb!
Tuvo miedo de girarse por si sólo era una ilusión. Pero ahí estaba.
Estaba empapado y desnudo de torso para arriba. ¿Realmente el mar se lo había devuelto? Los mechones oscuros le caían, desordenados y empapados sobre los ojos. La miraba asustado. Parecía un espejismo pálido y hermoso.
-Deneb, ven aquí… Estás muy cerca del borde. ¿Qué ibas a hacer?
Había miedo también en su voz. ¿De qué tenía miedo? ¿Los fantasmas creados por aquellos que aman demasiado a alguien para dejarlo morir también temen? Deneb se limpió las lágrimas, confusa.
-¿Estás vivo? ¿Eres real?
-Claro.-Respondió desconcertado.
-Demuéstramelo.
Regulus pareció confuso durante un momento, luego se acercó con cuidado a ella y, cogiéndola de la mano, tiró de Deneb hasta ponerla a unos precavidos metros del barranco. Luego la abrazó, con fuerza. Su abrazo parecía real. El tacto húmedo y frío de su piel parecía real, así como el beso que depositó con dulzura en su frente.
-Soy real, porque jamás dejaré que te hagas daño. Soy real porque me quedaré aquí contigo. Soy real porque te quiero más de lo que te imaginas.
“No dejes que dude nunca. No dejes que piense que te he perdido, porque no lo soporto. Porque me volvería loca. Porque te quiero demasiado. Porque eres lo único que ha hecho que sienta ganas de vivir, para vivir a tu lado. Para vivir por ti.”
Solo te diré una cosa, Deneb Black:
ResponderEliminarSoy real porque te amo.
Tuyo, para toda la eternidad
R.A.B.