Nunca antes habíamos discutido realmente.
Quiero decir, lo hemos hecho muchas veces, a voz en grito, pero siempre escondiendo de forma pésima una sonrisa traviesa, hasta que uno se lanzaba a los labios del otro para terminar riéndonos bajo las sábanas.
Pero todo ha cambiado. Todo. Quiero volver a reír como hace unas semanas. Pero no puedo.
Toda mi vida he sido alegre. Demasiado alegre, según mi familia, que me tachaba de alocada, frívola, inconsciente… Yo siempre he pensado que cuando las cosas no van como te gustaría, no hay nada mejor que una sonrisa desenfadada para retar al destino. Una sonrisa pícara a un chico encantadador aunque de clase baja me sirvió para librarme de un matrimonio que aborrecía. Para escapar de los insultos de mis hermanas sonreía frívolamente, hasta que yo misma me convencía de que no me afectaba. Una carcajada en respuesta a cada golpe y desarmaba completamente a mi madre.
Pero ahora no puedo reír. Ni la sonrisa más luminosa podrá traerme de vuelta al pequeño Leo. Ni tampoco podrá hacer que le olvide. ¡Es mi hijo! ¡Y ahora está bajo tierra! ¿Cómo puedo volver a reír si pienso en su cuerpecito, en lo pequeño que era cuando cerraban el ataúd? Cada vez que cierro los ojos lo veo, y siento que me vuelvo loca.
Y grito.
Puedo pasarme días gritando y llorando, hasta perder el conocimiento. (Claro, que haber enfermado también ayuda a que en seguida mi mundo quede en sombras) Si no tengo fuerzas para gritar es igual: Me acurruco entre las sábanas tratando de hacerme pequeña y desaparecer.
Apenas como ni bebo. El médico dijo que estaba enferma, y él le creyó. ¿Cómo pudo creerlo, maldita sea? Sabe que ninguna enfermedad haría que cambiase tanto mi carácter.
Al menos me han dejado sola. No sería capaz de soportar a nadie. No quiero ver a nadie.
¿Por qué él no ha derramado ni una sola lágrima?
Me llegan las notas del maldito piano. Es una melodía dulce. Le odio. Por primera vez, aborrezco cada una de las notas que él toca. Me cubro la cabeza con la almohada, húmeda y salada por mis lágrimas. “Ni siquiera lloraste, Wolfy. Ni siquiera derramaste una puñetera lágrima por tu hijo. Ni siquiera has vuelto a pronunciar su nombre.” Sigue componiendo canciones agradables, canciones como mis sonrisas: Que prometen que todo va a ir bien. Con esa habilidad que te ha dado el demonio.
Me levanto como sonámbula. Apoyándome en las paredes, consigo arrastrar mis pasos hasta la sala, quedando a su espalda. Sigues tocando y te escucho mientras el odio va envenenando mi alma.
-Ich hasse dich.
A penas es un suspiro escupido con odio, pero deja de tocar y me mira. Mi visión está borrosa por el cansancio y por todas las lágrimas que he derramado, así que no logro discernir bien su expresión. Se levanta en silencio, y se acerca a mí.
-¡No me toques!- grito, alejándome. No puedo evitar tambalearme.-¡No te atrevas a tocarme!
-Stancie…
-Ni siquiera te importa… ¡Nuestro hijo está muerto y a ti ni siquiera te importa!
Rompo a llorar y él trata de abrazarme. Intento apartarme. Le golpeo. Con todas mis fuerzas. Él atrapa mis muñecas con tanta facilidad que chillo de impotencia. Grito que le odio y él me abraza.
Forcejeo para soltarme. Ambos caemos al suelo, pero no me suelta. Finalmente me derrumbo, llorando contra mi hombro, escuchándole llorar contra el mío.
Entonces mi odio se desvanece por completo. Le abrazo. También le importa. También le duele. Su corazón también sangra por el pequeño Leo. Wolfy, míen liebe… ¿Por qué me lo has ocultado?
Acaricio su rostro y le obligo a mirarme.
-Todo irá bien, Wolfy.-Digo entre sollozos.- Él es nuestro ángel. Estará bien. No querrá vernos así, ¿verdad?
Asientes, tratando de serenar tu llanto. Y yo te sonrío.
Porque vuelvo a pensar que sonreír es la única forma de desafiar al destino.
¿Cómo te atreviste a pensar que no sentía nada por él?
ResponderEliminarEs sangre de mi sangre, carne de mi carne... miento, de nuestra sangre y de nuestra carne.
Tú sabes lo que es perder un hermano tras otro, ver como tus padres, llegan a un estado en el que otra muerte no importa en la familia.
Yo no sé lo que es eso, yo fui el pequeño y mi familia no volvió a arriesgarse, no podrían soportar perder a otro...
Pero hay una cosa que tu no sabes. Y es ver, cada vez que enfermas, como ellos velan tu cama, y lloran desesperados, rezando a Dios que no mueras.
Como hijo, no hay imagen más aterradora que esa.
Por eso, no quería llorar, no quería que el mundo se parase por este suceso... quería que no me vieras caer en la tristeza, y así te alimentases de mi fuerza y volvieras a sonreir...
... y que ese pequeño ángel en el que se había convertido Leo, viese lo felices que somos al haberle tenido en nuestra familia, aunque solo fuera durante unos instantes.
Pero a ti es imposible ocultarte nada, ¿verdad, Stancie?
Te amo, con una locura capaz de dejar demente hasta al propio JesuCristo.