-¿Cómo decías que se llamaba?
-Sírius.-Respondió Deneb con desagrado.
Las dos estaban aún en camisón. La medio veela estaba sentada en su cama, y Deneb, arrodillada detrás suya, le peinaba el largo cabello dorado.
Todo el mundo la deseaba o la envidiaba. Todos menos esa niña de profundos ojos azules que simplemente la admiraba, le acompañaba en todo momento y la quería, sí, pero no como Apolline deseaba que la quisiera.
-Pues revélate, Deneb. No tienes que hacerlo sólo porque vuestra familia quiera. ¿En qué siglo viven?
-No puedo, yo… En realidad no creo que pueda nunca querer a nadie de verdad.-Esas palabras hicieron a Apolline más daño del que se imaginaba.- Para casarme, me refiero. Sé que soy rara pero yo no siento lo que sienten los demás, así que realmente no me importa casarme con alguien a quien no quiera. ¡Pero es que él me trata tan mal!
-A lo mejor piensas que no quieres a nadie porque no estás buscando en la dirección adecuada…-Susurró la chica medio veela. Deneb frunció el ceño volviendo a pasar el cepillo por su sedoso pelo brillante como el sol.
-¿Qué quieres decir?
-Quiero decir…-Apolline sujetó la muñeca de Deneb deteniendo el movimiento y girándose hacia ella.- Que a veces tenemos algo tan cerca que es imposible verlo.
Deneb entreabrió sus labios, sorprendida y Apolline se inclinó sobre ella, acariciándolos con los suyos. Deneb trató de decir algo pero la chica rubia se echó sobre ella, presionando los labios de la menor con un beso.
Quedó tendida en la cama sobre ella. Sin soltar su muñeca y sin dejar de besarla, acarició con su mano libre su mejilla, recorriendo su cuello, su hombro, sus incipientes pechos… Deneb emitió un jadeo contra sus labios y Apolline se colocó sobre ella, buscando que sus cuerpos se fundieran, acariciando con más vehemencia la piel suave de las piernas de su amiga.
Separo sus labios de los de ella. Sus ojos se encontraron. Cielo y mar. Las mejillas de Deneb estaban del mismo tono frambuesa que sus labios. Aún presionaba con fuerza el cepillo del pelo en su mano derecha.
-Dime lo que quieres…-Susurró Apolline, usando su potencial de veela con más intensidad que nunca. Parecía una ninfa, una irresistible diosa pálida y sonrosada, con el cabello de seda iluminándola como una aureola dorada.
-Quiero seguir siendo tu amiga.-Murmuró Deneb, confusa.-Esto… Esto no…
-Podría tener a cualquiera.-Se lamentó Apolline, recorriendo con ternura las mejillas cálidas de Deneb.-Puedo tener a cualquier persona menos a ti. ¿Por qué no puedo tenerte? ¿Es por eso por lo que te quiero a ti?
-Lo siento.-Murmuró Deneb, todavía confundida. Apolline sonrió y volvió a besarla. Más lentamente.
-Yo también lo siento. Obliviate.
Deneb parpadeó, sorprendida. Apolline se incorporó y se sentó de nuevo de espaldas a ella.
-¿Qué es lo que…?
-¿Ya te has despertado? Te habías quedado dormida.-Respondió Apolline en un todo alegre que ocultaba perfectamente su tristeza.
-Lo siento. ¿Llegamos tarde a clase?
-Tranquila, es pronto. ¡Venga, Deneb!-Desplegó su larga melena rubia con un gesto.- ¡Tienes que cepillarme el pelo!
Y cerró los ojos disfrutando de las suaves caricias de Deneb. Y pensó que quizá algún día ¿por qué no? ella por fin descubriese ese sentimiento de amor que todo el mundo siente alguna vez. Sí, decidió que Deneb aún no había sentido nada por que aún era muy niña, pero crecería y cuando lo hiciera allí estaría ella.
Al fin y al cabo, nadie puede resistirse a los encantos de una veela.
Como bien dijo, eras muy niña, y cuando crecieras podrías experimentar ese sentimiento...
ResponderEliminar... creo que lo conseguiste, y doy mil gracias a los dioses de que lo descubrieras conmigo.
Yo también era muy niño cuando di mis primeros pasos, pero solo contigo he sido capaz de correr.
Te amo.
R.A.B.