domingo, 25 de septiembre de 2011

-Hola, cariño…

Me acaricia el pelo. Sus manos huelen a sangre.

-¿Qué tal el día? ¿Has aprendido mucho?
-Me ha costado encontrar los libros que necesitaba. He perdido demasiado tiempo.-Respondo lacónicamente.
-Creo que sería mejor que averigües donde hay una universidad cercana y busques allí.
-Tardaría mucho en llegar.-Protesto.
-Mejor que perder el día y no encontrar nada…
-Si pudiese ir a clases normales esto sería más fácil.
-Aprenderías menos. Irías mucho más lenta. Eres muy lista para ir con los de tu edad. Además, tendrías que estudiar cosas inútiles que no te gustan. Ahora tú eliges lo que quieres y profundizas cuanto quieres. Y no te preocupes, encontraremos una forma de “legalizar” tus estudios. De momento… ¿Informática?
-Sí. Derecho también me interesa, pero parece más aburrido.
-Si quisieses dedicarte a algo relacionado a la biología, medicina, etc podría ayudarte mucho más.

A parte del olor a sangre de sus manos, distingo una pequeña mancha roja en sus zapatos.

-Por favor… Basta.

Me mira desconcertado un instante, antes de poner expresión triste. Comprensiva. Paternal.

-¿Crisis moral?

Asiento. Y me llevo las manos a la cabeza y exploto.

-Quiero comprenderte, papá, de verdad. Incluso a veces creo que lo consigo. Pero entonces vuelvo a pensarlo: “Mata gente” Mientras me sonríes o me sirves la comida: Mata gente. Cuando me abrazas, cuando me acaricias la mejilla, pienso: Esta mano que me cuida, mata personas. Este hombre, mi padre, la única persona a la que realmente quiero, mata otra gente como nosotros. Y si fuera buena persona debería denunciarte. ¡Soy tan culpable como tú de las muertes! Pero no eres malo, sólo con tus víctimas. Por lo demás eres educado, amable, sonriente… ¿Qué debo hacer?

Me deja hablar hasta que me quedo sin palabras. Se agacha para quedar a mi altura y apoya con ternura sus manos en mis hombros.

-No. No soy un buen hombre, no te engañes. Soy un psicópata y no puedo evitarlo. Soy un asesino, y a ti nunca podré ni intentaré ocultártelo. Y si crees que me tienes que entregar… Lo entenderé. Eres mi hija. Te quiero, y te querré pase lo que pase. Eso lo sabes, ¿verdad?
-Desearía ser como tú. Así sería más fácil para los dos.
-No puedo imaginarme que fueses mejor de lo que eres de ninguna manera. Estoy orgulloso de ti.

Asiento, y entonces le abrazo. Él me estrecha entre sus brazos, tranquilizándome, como cuando era pequeña. “No pasa nada, cariño. Papá hará que esos gritos que escuchas se callen enseguida para que puedas dormir.” Para él hubiese sido mucho más fácil desaparecer de mi vida. O hacerme desaparecer a mí, cómo hizo con mi madre. Pero me quiere, aunque sea un monstruo incapaz de sentir empatía por nadie ni nada más. A mi me ha querido desde que supo que existía.

Y yo también le quiero. No le comprendo, pero le quiero. No puede evitarlo, es algo que lleva en la sangre. Una especie de demonio que forma parte de su alma y del que no puede deshacerse sin morir él mismo. Es parte de lo que es.

-Tal vez estudie también algo de psiquiatría.
-En eso si que tengo experiencia.-Contesta riendo.-Venga, cariño. Vamos a cenar.

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