martes, 30 de agosto de 2011

Vingt-trois

Sabía su nombre: Deneb.

Parecía frágil. Fuera de lugar.

Tenía doce años, pero su mirada mezclaba el candor de una niña pequeña con un dolor sordo y profundo. Pálida y de largos cabellos de seda. Como una muñeca de porcelana, de apariencia dura, pero quebradiza como el cristal.

Bonita. Solitaria. Inocente. Esas tres características unidas hacían que a veces estuviese rodeada de personas que no pretendían nada bueno. De ese tipo de personas que en vez de apreciarla pretendían usarla.

Y ella, caprichosa, vanidosa, objeto de las fantasías y envidias de todos los estudiantes se sintió conmovida por la tristeza y el miedo que la niña tanto se esforzaba por disfrazar de fría indiferencia. Ella siempre había estado muy protegida por toda su familia, amigos, e incluso profesores. Tal vez por eso fue la que se dio cuenta de lo que le pasaba a Deneb. Que era muy parecida a ella, pero sin tener nadie que la hubiese protegido.

Quizá por eso ella sintiese ganas de ser quien la protegiese, quizá por eso quisiese cuidar de ella…

Se cruzó con ella en un pasillo. Unos chicos “malditos adolescentes” trotaban a su alrededor tratando de llamar su atención .

-¡Deneb!

Ella la miró en silencio con sus grandes ojos azul y plata. La medio veela la llamó con un gesto y los chicos se desviaron.

-¿Es que te gusta ser el centro de atención?

Ella sacudió la cabeza lentamente, con precaución.

-Entonces deja de ir tú sola por todos lados, eres un blanco fácil. Acompáñame y te aseguro que dejarás de ser el centro de las miradas.

Guiñó un ojo, con altanería, pero Deneb fue capaz de ver lo que le ofrecía más allá de su vanidad y sonrió, agradecida. La medio veela decidió que era realmente adorable cuando sonreía.

*

No sabía su nombre, no sabía ni que existía hasta ese momento; pero la reconoció a simple vista.

Parecía frágil. Fuera de lugar.

No debía de llegar a los veinte años, y tenía una belleza refulgente, imperecedera, perfectamente visible incluso a pesar de la suciedad de la batalla y los golpes que se marcaban en su piel aterciopelada.

Hermosa. Perdida. Vulnerable. Tres características letales en esas circunstancias, en mitad de una batalla a muerte entre estudiantes novatos, aurores y mortífagos.

Y Deneb, bastante ocupada en seguir en pie a pesar de sus propias heridas, en esquivar hechizos mortales y en silenciar las ganas que tenía de ponerse a gritar cada vez que volvía a ser consciente de que no volvería a ver a Regulus; no pudo evitar sentirse conmovida cuando la encontró.

Quizá por eso sintiese ganas de protegerla, quizá por eso quisiese cuidar de ella...

Se cruzaron en un pasillo. Tres mortífagos, “estúpidos fanáticos jóvenes” iban tras ella y la chica tenía las de perder. Cuando se encontró con Deneb, ella leyó en sus ojos que acababa de perder la esperanza de sobrevivir.

-¡Apártate!

Reacionó obedeciéndola por puro impulso, mientras que Deneb apuntaba al arco del pasillo y lo hacía caer, creando un muro entre sus compañeros y la chica. Ella la observó en silencio, aturdida.

-¿Es que quieres que te maten?

Ella sacudió la cabeza en silencio. Sus ojos iban de los suyos a la marca tenebrosa. Le costaba asimilar que una mortífaga acabara de salvarla, y estaba tan preocupada de buscarle el sentido que tardó un poco en darse cuenta de que estaba hablando con ella en francés.

-Entonces deja de correr tú sola por todos lados, eres un blanco fácil. Acompáñame, en cuanto veas a un grupo de los tuyos corre hasta ellos.

Fingía estar enfadada, pero la chica era consciente de que le estaba salvando la vida. Quizá desistió de tratar de entenderlo y simplemente sonrió, agradecida. Deneb decidió que hay sonrisas por las que merece la pena arriesgar la vida.

1 comentario:

  1. Da igual cuantas vidas arrebataste, si no a cuantas salvaste.

    Te amo

    R.A.B.

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