Ya sé que debería llevar casco (de hecho es ilegal no llevarlo, ¿no?) y más como profesora, se supone que debo dar ejemplo. Y si hablase con mis niños les diría que tienen que llevarlo, pero con poca convicción. Porque el casco es algo que le quita magia, que entorpece mi vuelo sobre el asfalto.
Y se de sobra que es una estupidez, un riesgo innecesario. Que es esa sensación de libertad maravillosa pero por la que no merece la pena morir. Pero también es una de las pequeñas cosas que hace que merezca la pena estar viva.
Es como volar, deslizarse a contraviento silenciosa y suavemente. Olvidar todo y sólo dejarse envolver por esa momentánea libertad, fugaz e indómita.
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