martes, 9 de agosto de 2011

Jeux d'adultes

La mirada de Regulus solía ser inocente y oscura, melancólica a ratos, sobrecogedoramente tierna y cálida muchas de las veces que se encontraba con la de Deneb. Y así había sido desde siempre, desde las veces que iba a visitarles cuando eran niños. Pero ahora a veces la mirada de forma perturbadoramente intensa. Más oscura. Deneb casi podía sentir como recorría cada resquicio de su cuerpo.

Se estremecía. Le gustaba que la mirase así. También le asustaba que le gustase. Regulus seguía siendo un niño, un eterno niño para ella. Y estaban solos en ese refugio, a escondidas del mundo. No, no era una buena idea. Regulus era alguien a quien proteger, a quien cuidar. Era como… Se quedó pensativa. “¿Un hermano?” Desechó esa idea inmediatamente, sonrojándose un poco. No, desde que ella había vuelto a la casa tenían una relación más estrecha. Y esa vez si que tuvo que darse la vuelta a mirar por la ventana para que su primo no viese como sus mejillas se sonrojaban intensamente al recordar los besos que intercambiaban, a veces a escondidas a veces de forma más apasionada, dejando que sus cuerpos se abrazasen buscando unirse completamente con el otro. O esas noches en la que uno de los dos gritaban en sueños y el otro se colaba en su cuarto, y entre sus sábanas, y se abrazaban y acariciaban susurrándose frases dulces al oído hasta que volvían a lograr dormirse.

Kreacher se despidió de ellos y se fue. La noche estaba bien entrada, fría y el viento del norte ululaba contra las ventanas. Pero Deneb sentía que la mirada de Regulus seguía quemándola, despertando un fuego en su estómago que se extendía por todo su cuerpo. Ella bajó su mirada tragando saliva.

-Me subo ya a dormir, estoy cansada.-Aunque cansada no era la palabra, en absoluto.

-Subo contigo…

Deneb se sentía frágil al subir las escaleras a unos centímetros de él. Régulus sujetó su mano y ella sintió como se le ponía la piel de gallina. Se detuvieron frente al dormitorio de él.

-Buenas noches.

-Dulces sueños.-Respondió Deneb con una sonrisa vacilante. Se inclinó hacia él para besarle en la mejilla (sólo en la mejilla, había demasiada tensión entre ellos para besar sus suaves labios). Regulus sujetó su mandíbula con delicadeza y besó lentamente sus labios. A Deneb se le cortó la respiración. Los labios de él pasaron por su oído, se detuvieron en el lóbulo de su oreja y bajaron por el cuello mientras sus manos recorrían su cintura y su espalda. Jadeó, y perdió el control de su cuerpo. Se lanzó hacia él. Sus labios luchaban, besaban, atrapaban los del otro. Sus cuerpos se buscaban, sus manos recorrían en ávidas caricias el cuerpo del otro.

Sus dedos desabrocharon la camisa de Regulus por voluntad propia y la apartó hasta poder recorrer libremente su torso desnudo. Las manos de él la hacían arder, en caricias cada vez más atrevidas. La alzó en brazos para poder pegarla contra su cuerpo, que en ese momento parecía haber olvidado su habitual actitud aniñada y estaba preparado para jugar a juegos de mayores. Apoyó la espalda de Deneb contra la pared para descargar el peso y poder seguir explorando su cuerpo. Tironeó de su vestido hasta lograr quitárselo y lanzarlo al suelo. Hacía frío, pero Deneb sentía que ardía, toda su piel estaba erizada.

Regulus la alzó en brazos de nuevo para tenderla en la cama y liberarla de las prendas que le quedaban y por primera vez ambos se detuvieron, entre jadeos. Los ojos de Regulus recorrían cada resquicio de su cuerpo. Deneb cerró los ojos. Las mejillas le ardían y todo su cuerpo temblaba. Sentía que podría morir de vergüenza.

Entonces Regulus empezó a recorrer cada centímetro de su piel con sus labios. Deneb ahogó un gemido y se dejó llevar por las sensaciones que la envolvían, olvidando inmediatamente su pudor. Cuando de detuvo se inclinó sobre él, recorriendo su cuerpo con caricias, buscando sus labios con los suyos, librándose de la ropa que él aun llevaba.

Los dos se mecieron en un mar de caricias y besos, a veces tan intensos que les hacían gemir. Entonces él se colocó encima, entre sus piernas, mientras las manos de ella se perdían en su pelo. Sus ojos se encontraron con los de él: Oscuros, llameantes, solemnes…

Deneb gritó. Dolía, dolía aunque él se movía lentamente, besando su cuello. Dolía, pero al mismo tiempo que despertaba en ella una sensación que la aturdía, que la llenaba, que le hacía sentir un placer más intenso del que nunca había logrado imaginar. Se abrazó a él con fuerza, meciéndose con su movimiento, dejando que él la llenase como nadie lo había hecho.

Aumentó el ritmo. Seguía doliendo, pero cada vez menos, y era un dolor delirantemente placentero. Deneb besaba, mordía, y gritaba contra el hombro de su amante. Todo pareció desvanecerse por unos instantes y estaban sólos: Ella, él, llenándola en todos los sentidos, provocándole ese placer que jamás había soñado…

Jadearon, mientras el fuego volvía a convertirse en una cálida sensación en su pecho. Se abrazaron, sonriendo confusos. Se perdieron en la mirada de su amante hasta que quedaron dormidos en los brazos del otro. Volvían a ser dos niños agotados de jugar a juegos de mayores.

1 comentario:

  1. Mi querida Deneb:

    Has hecho que me sonroje.

    Todos los recuerdos de cada una de las noches que ambos compartimos... y no realmente en silencio... son preciados tesoros que guardo en mi mente

    mi corazón

    y mi cuerpo.

    Te adoro, con todos los significados que esa palabra pueda tener.

    Tuyo siempre

    R.A.B.

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