Necesitaba que me mirase.
Necesitaba sentir sus ojos clavados en mí. Necesitaba su fría aprobación. Necesitaba que me amenazase con indiferencia, que me sonriese con esa mueca vacía en sus labios. Necesitaba ser por un instante el centro de su atención, igual que él se había convertido en el indiscutible núcleo de la mía.
A veces deseaba matarle. Con mis propias manos. Extinguir la luz esmeralda de sus ojos inexpresivos. Y reír a carcajadas, empapada en su sangre. Y gritarle que nunca debió de jugar conmigo. Que yo NO era suya.
A veces deseaba que me apreciase. Ser especial para él (no como podría serlo para una persona. No era tan ingenua como para desear que él llegase a quererme de forma humana. Quería que me valorase como aliada, como compañera…). Soñaba con sorprenderle. Quería que me admirase, que quisiera mantenerme cerca. Quería ser algo SUYO.
Pero la mayor parte del tiempo sólo quería que me vigilase, que me espiase, que no me perdiese de vista. Llamar su atención. Escuchar la cadencia gélida e inhumana de su voz serpenteando por mi cerebro.
No me importaba si para eso tenía que ser su aliada o su enemiga. Mataba a quien ÉL quería ver muerto. También, a veces, a quienes ÉL necesitaba vivos. Era deliciosamente peligroso jugar a provocarle. Sobretodo porque sabía que él podía matarme con tanta facilidad como yo aplastaba un pequeño insecto entre mis dedos; sin sentir nada, sin inmutarnos. Yo NECESITABA hacer equilibrios entre la vida y la muerte, entre la razón y la cordura… Entre sus afilidisimas garras. Y sentir su presencia, aterradoramente vacía.
Y nada lograba emocionarme tanto como verlo aparecer, paralizando mi cuerpo y deteniendo mi cuchillo a unos centímetros de la yugular de alguno de los que ÉL quería vivos. Nunca logré entender como algo completamente carente de emociones lograba hacer enloquecer todas las mías. Sentía júbilo por el simple hecho de verle, seguido por un odio ciego por aquello en lo que me había convertido. Culpa, pánico, admiración, desprecio, deseo… Todos y cada uno de mis sentimientos estallaban.
Y por algún motivo, él nunca terminaba conmigo. Aunque fuese una molestia. Aunque no significase nada para él. ¿Podría ser que, de algún modo retorcido, se divirtiese jugando conmigo? Él se acercaba, imitando una sonrisa que en su rostro jamás podría llegar a ser real. ¿Por qué lo hacía? ¡Odiaba/amaba tanto esa sonrisa! Y en vez de matarme se acercaba hasta cogerme de la mano y tomar el cuchillo.
-Niña mala, Casandra. Mira lo que estás haciendo.-Sacudía la cabeza como sabía que una persona disgustada lo haría. Pero todo era falso. Todo era un juego. No había nada en su voz. Nada en su rostro. Nada en su alma.-Ahora tendré que castigarte de nuevo…
Y porque SABÍA que iba a torturarme, pero no lograba imaginarme como. Mi eterna sonrisa de desafío se extendía por mis labios.
Le NECESITABA.
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