Una semana más, un par de días más y ella lo hubiera hecho.
Había logrado darse cuenta de que era lo que debía hacer. Se había convencido a sí misma de que iba a beber esa poción y tan sólo estaba reuniendo fuerza de voluntad para hacerlo, para mantener apartado de su mente a ese fantasma de ojos oscuros y tristes mientras lo hacía. Pero cuando ya había tomado la decisión Regulus salió de su encierro. Se alegró de verle. Más que eso, necesitaba verle. Le necesitaba. Por primera vez en meses pudo abrazarle y dejar que la abrazase, sentir su calor, sentirse en parte aliviada…
Pero entonces, antes de que ella dijese que no tenía que preocuparse, que se iba a encargar ella de todo Regulus dijo que quería que pasase, que quería que la criatura incompleta que crecía dentro de ella se hiciese real.
-Me daba miedo, Deneb. Siento hacerte dejado sola. Sólo podía pensar que esto destrozaría nuestro mundo.- Su mano acarició el vientre hinchado de Deneb, que apartó la mirada; ella se sentía cada vez más incómoda en todos los sentidos de la palabra con ese bulto creciendo bajo su piel.-Pero no tiene porqué ser así. No ahora. Saben que sigo vivo, así que nos dejarán en paz. Será nuestro niño perdido. Y es nuestro, Deneb. Nuestro hijo, o nuestra hija. Tranquila, va a salir bien.
-Es un niño.-Contestó ella, sin la mínima duda, y entonces rompió a llorar. Suave, mansamente, como una fina lluvia que pilló a Regulus por sorpresa.-Pero yo voy a hacerle daño, Regulus. Soy como ella. Querré matarle. ¿Cómo vas a perdonarme entonces? ¿Cómo voy a perdonarme yo? ¡No podemos tenerlo porque intentaré matarle!
-Deneb…-Él volvió a abrazarla, ella siguió llorando contra su pecho.-Deneb, tú no le harías daño, serías incapaz.
-¿No?-Sollozó ella.-Ya he matado antes, ma vie. Ya he asesinado. Me parezco mucho a ella, cada vez más…
-No. No eres como tu madre. Te conozco, eres mi Wendy, y sé que no le harás daño. Confía en mí.
Regulus no comprendía, la quería demasiado para verla tal y como era en realidad. Pensó en hacerlo de todas formas, prefería que se enfadase a tener que mirarle a los ojos después de matar a su hijo “A Sirius. Pero un Sirius inocente y vulnerable que se parece dolorosamente a Regulus.”
Kreacher había cerrado su sala de las pociones. De nada sirvió el ataque de ansiedad de Deneb. Ni tampoco sus gritos, llantos y súplicas. El elfo se negó a abrirlo, obedeciendo el deseo silencioso de Regulus.
Regulus se convirtió en su sombra, velándola en cada momento. Deneb no sabía cuanto había de preocupación en su constante protección y cuanto de miedo a que ella pudiese hacer algo peligroso.
Posiblemente, de haber podido lo hubiese hecho.
Pensaba una y otra vez en todo lo que amaba, en todo lo que iba a perder: La risa ronroneante de Regulus; su rostro dormido bañado por la luz del amanecer, cuando se despertaba antes que él y lo observaba en silencio; todas esas veces que él la sorprendía con un beso inesperado… Porque él dejaría de quererla cuando ella matase a su hijo. Y eso era algo que sentía que no iba a poder evitar. Día a día, se transformaba en un reflejo de su madre. Ella también quiso vivir en Nunca Jamás. Ella también se quedó embarazada sin querer. Ella tampoco pudo soportarlo...
No podía hacer nada. No era capaz de evitar que la criatura siguiese creciendo dentro de ella. Así que hacía todo lo posible por mantener su mente alejada. Se dedicaba a cuidar del jardín con más esmero que nunca, a preparar tantas recetas que Kreacher tenía que tirar la mayor parte. A ordenar y desordenar compulsivamente los armarios… Hasta que su vientre se abultó tanto que le impedía moverse bien. Caminar, comer, e incluso respirar suponían un pequeño esfuerzo para Deneb.
No soportaba verse reflejada en los espejos. No soportaba ser consciente de cómo estaba cambiando su cuerpo. No soportaba que Regulus la viese así. Era algo casi estúpido, y lo sabía, pero al fin y al cabo era una Black, y el orgullo era algo que llevaban en la sangre. Por suerte, ese enero estaba resultando frío, y tenía excusa para cubrirse con ropa holgada, sin forma.
Deneb tenía miedo. Era casi un terror resignado. La cuenta atrás se le antojaba como la de un condenado a muerte. Cada día trataba de aislarse más en sí misma. Cada noche le resultaba más difícil dormir. Sólo por las noches dejase que él la abrazase y se acurrucaba entre sus brazos temblando. Sólo al amparo de las sombras dejaba que él entreviese su angustia. Le susurraba que no podía ser, que ella no podría ser madre. Pero él no lo comprendía, y pasaba horas tratando de consolarla hasta que ella caía en un sueño inquieto.
Era una mañana fría de invierno. El cielo parecía un espejo de hielo, de un azul gélido, casi blanco. Deneb miraba sin ver el jardín desde los ventanales del salón cuando un intenso latigazo de dolor recorrió todo su cuerpo, perforando su columna y haciendo que soltase un grito ahogado.
Sabía lo que significaba, y también lo sabía Regulus, que estaba al instante a su lado, sujetándola a tiempo ya que sus piernas amenazaban con fallarle, con una mano en torno a su cadera y otra sujetando su mano. Regulus tenía expresión asustada en su rostro eternamente juvenil, pero también decidido. Los ojos de Deneb centelleaban pánico.
-Va a salir bien, ¿de acuerdo, Deneb? Te lo prometo.
-Sólo prométeme que no me vas a dejar sola.-Gimió ella. Regulus besó su frente.
-Te prometo que no voy a soltar tu mano.
Y todo salió bien, ma vie... todo salió perfecto.
ResponderEliminarPorque tú no eres Camille, y nunca lo serás.
Eres Wendy, MI Wendy, y este es nuestro reino de Nunca Jamás.
Que estaba incompleto hasta que llegaron los Niños Perdidos, con sus risas, sus juegos, sus vocecitas infantiles...
Porque pase lo que pase NUNCA JAMÁS soltaré tu mano.
Te amo, Wendy.
R.A.B.