Francia.
La sola promesa del viaje hacía que los tres niños se emocionasen. Los mellizos empezaban a contar los días que faltaban desde que sus padres anunciaban la fecha. Y el día de salida Hydra incluso intentaba estarse quieta para que su madre recogiese se pelo negro en dos trenzas. Era el peinado que más tiempo le duraba, pero aún así siempre terminaba con mechones sueltos. Regulus, sin embargo miraba con aprensión como la manecilla del reloj se iba acercando inexorablemente al punto en el que ellos habían fijado para salir de viaje.
El mundo le asustaba incluso más que a Deneb, que aún conservaba un lazo de cariño con su país natal. Y más ahora que era conocido. Periodistas, aurores y simples curiosos trataban de molestarlos sin parar. En Nunca Jamás estaban a salvo, en Francia no tanto. A Londres hacía mucho tiempo que habían decidido no volver. Deneb sabía que si Regulus no ponía pegas para viajar era tan sólo por lo mucho que la quería, así que al servirle el desayuno le besó lentamente en la comisura de los labios (el punto límite para que sus hijos no empezaran a poner muecas).
-Merci…-Susurró, y logró arrancarle una sonrisa.
-¿Y podremos navegar por el Sena?-Preguntó Hydra.
-Creo que sí.-Respondió Regulus. Su voz calmada y grave era la opuesta a la aguda, veloz e inquisitiva voz de su hija.
-¿Y podremos jugar en los parques con otros niños?
-Supongo.
-¿Y podremos entrar en tiendas de magos? ¿Y ir a calles de magos?
-Ya veremos…
-¿Y comprarnos una lechuza? ¿Y ver veelas? –Deneb rió entre dientes mientras Hydra seguía acribillando con preguntas a un Regulus que respondía con una paciencia infinita. ¿Cómo había podido llegar a pensar que no sería un buen padre? Le puso dos zumos a los niños y se colocó detrás del aun adormilado Arcturus, peinando su pelo suave como la seda, identico al de su hermana y su padre. Arcturus esbozó una sonrisa casi imperceptible y cerró los ojos cuando su madre empezó a peinarle con suavidad. Era tan calmado como Regulus.
Los tres se parecían muchísimo físicamente, exceptuando los ojos claros de Hydra que parecían de fuego azul y muchas veces tenían la misma mirada enérgica y desafiante que Deneb recordaba de Sirius. Le preocupaba que su carácter fuera tan parecido al de su tío y al de Bellatrix. Por suerte Hydra también tenía otra cualidad que ninguno de ellos dos había poseído: un amor incondicional por su hermano. La única vez que Deneb recordaba haber visto llorar a la niña, a pesar de sus pataletas y las muchas caídas y golpes que se había dado, fue cuando Arcturus enfermó dos inviernos atrás.
Fue idea de Hydra escaparse y bañarse en el mar. Era pleno diciembre, pero cuando a ella se le metía una idea en la cabeza era imposible sacársela. Arcturus la siguió, como no. Por algún motivo, ella sólo cogió un resfriado y el niño enfermó mucho más gravemente. Ardía de fiebre, deliraba, temblaba…
Todos se asustaron temiendo lo peor. Las sombras se cernieron sobre su pequeño país en el límite del mundo. Regulus libró una batalla consigo mismo para no encerrarse físicamente, pero no pudo evitar quedar atrapado en algún punto de su alma, lejos de todo, aunque sin apartar la mirada del niño en ningún momento. Hydra tampoco abandonó la habitación de su hermano, llorando histéricamente. Gritándole que no fuera un estúpido y que se despertase. Pasando un infierno de culpa y terror. Deneb pasó días enteros sin dormir, mezclando frenéticamente ingredientes en sus pociones, luchando con todas sus fuerzas contra el agotamiento para encontrar la poción necesaria para salvar la vida de su hijo. Irónico que finalmente lograse dar con ella en la misma caldera en la que había hecho cientos de pociones para matar a ambos antes de que nacieran…
Se estremeció al recordar lo cerca que había estado de matarles. Acarició el cabello de su hijo con ternura.
-Terminar el desayuno, mes petits. Tengo que despertar a Eri.
Subió las escaleras escuchando las voces de las personas que más amaba en el mundo. Entró procurando no hacer ruido en su dormitorio. Al lado del tocador de madera negra estaba colocada la alta cuna que protegía al más pequeño de los Black en su sueño. Deneb se sentó en la silla que tenían al lado, cruzando los brazos sobre los barrotes de la cuna del pequeño y apoyando su barbilla en su antebrazo.
No se atrevió a despertarle. Eri, que aún no había cumplido un año y que parecía tener prisa en aprender a hablar, y se pasaba la mayor parte del tiempo balbuceando y riendo, estaba profundamente dormido. El sol le daba en su cabeza, haciendo que su pelo color paja pareciese dorado. Incluso durmiendo tenía un esbozo de sonrisa en la cara.
Deneb le observó en silencio, con una leve sonrisa. Eridani era el más parecido a ella, con el pelo claro, los ojos azules y sus rasgos tenían mucho de la parte de su familia francesa. Aunque es ese momento le pareciese un crimen, tenía que despertarle o se les haría tarde. Lo tomó en brazos y caminó meciéndole. Tatareó una nana mientras acariciaba su pelo, suave como plumón, su cuerpecito, sus pequeños brazos. Los parpados del niño se agitaron un par de veces antes de abrirse del todo y buscar los de su madre. Entonces sonrió soltando una risa balbuciente que contagió a Deneb.
-Bonjour, petit prince de la famille Black…
-Pensé que ese seguía siendo yo.-Regulus entró en el dormitorio y se puso al lado de Deneb, pasando un brazo por su cintura y acariciando con el dorso de la mano libre las mejillas del niño.
-Re-gu-lus; Petit roi. Tú eres mi rey, mon coeur, ma vie…Y siempre lo serás.
Y tú siempre serás mi reina, mi adorada Wendy.
ResponderEliminarPorque no existe mujer en el mundo capaz de poder reemplazarte.
Te amo.
R.A.B.