miércoles, 31 de agosto de 2011

Hermanos

Siento cómo mis ojos se cubren de lágrimas cuando te miro.

Por fin, frente a frente.

Y pensar que hasta hace poco no sabía de tu existencia y ahora, al tenerte a unos centímetros siento que siempre te he echado de menos. Al mirarte es como si fuese recordando esos rasgos que nunca había visto pero me son familiares: Tu largo pelo gris, contrastando con unos rasgos aún muy jóvenes, que parecen un reflejo masculino de mi propio rostro. Tus ojos brillan con el color de la plata, en lugar de ser escarlata como los míos. Me alegro. Me alegra que tú no hayas tenido que esconderte como yo.

Tu cuerpo es más fuerte que el mío. Tu armadura tiene el emblema de los señores de la sombra, pero tu alma brilla con una pureza que pocas veces puede apreciarse en esa tribu. Entonces tú también has luchado sin descanso contra la marca de oscuridad que llevamos dentro ¿verdad? Tú también te has esforzado para que el pecado que nos hizo nacer no nos convirtiese en criaturas del Wyrm.

¿Estoy temblando? No, no lo creo. Al darme cuenta de que me duelen los pulmones y obligarme a tomar aliento descubro que estoy simplemente paralizada, incapaz de moverme, de dejar de recorrer tu rostro con mis ojos.

Quiero abrazarte. Quiero que hables para escuchar tu voz. Quiero preguntarte si sabías que yo existía, y porqué nunca me buscaste si lo sabías. Quiero saber todo de ti. Quiero que me prometas que no desaparecerás, que no eres un sueño. Seguimos inmóviles, mirándonos con cuidado. Como si fuésemos un espejismo que tenemos miedo de dejar de ver si pestañeamos.

-Albus.

Te grité una vez tu nombre, en sueños. Y tú me miraste sorprendido. Ahora sólo hay un brillo de emoción en tus ojos gris plata, pero no sorpresa.

-Maya.

Quiero derramar lágrimas de pura felicidad. A sí que tú también me has buscado y has averiguado mi nombre. Me pregunto qué haces aquí, en esta cima despiadadamente alta y gélida, en medio de la nada. Yo he venido a buscar la fe que necesito, es mi prueba. ¿Y tú? ¿También el destino te ha traído hasta aquí?

No tengo fuerzas para preguntarte nada. No tengo fuerzas para nada. Extiendo mi mano y tú la coges con la tuya. Cierro los ojos y sonrío.

Albus, ahora me doy cuenta de que llevo toda mi vida echándote de menos.

martes, 30 de agosto de 2011

Vingt-trois

Sabía su nombre: Deneb.

Parecía frágil. Fuera de lugar.

Tenía doce años, pero su mirada mezclaba el candor de una niña pequeña con un dolor sordo y profundo. Pálida y de largos cabellos de seda. Como una muñeca de porcelana, de apariencia dura, pero quebradiza como el cristal.

Bonita. Solitaria. Inocente. Esas tres características unidas hacían que a veces estuviese rodeada de personas que no pretendían nada bueno. De ese tipo de personas que en vez de apreciarla pretendían usarla.

Y ella, caprichosa, vanidosa, objeto de las fantasías y envidias de todos los estudiantes se sintió conmovida por la tristeza y el miedo que la niña tanto se esforzaba por disfrazar de fría indiferencia. Ella siempre había estado muy protegida por toda su familia, amigos, e incluso profesores. Tal vez por eso fue la que se dio cuenta de lo que le pasaba a Deneb. Que era muy parecida a ella, pero sin tener nadie que la hubiese protegido.

Quizá por eso ella sintiese ganas de ser quien la protegiese, quizá por eso quisiese cuidar de ella…

Se cruzó con ella en un pasillo. Unos chicos “malditos adolescentes” trotaban a su alrededor tratando de llamar su atención .

-¡Deneb!

Ella la miró en silencio con sus grandes ojos azul y plata. La medio veela la llamó con un gesto y los chicos se desviaron.

-¿Es que te gusta ser el centro de atención?

Ella sacudió la cabeza lentamente, con precaución.

-Entonces deja de ir tú sola por todos lados, eres un blanco fácil. Acompáñame y te aseguro que dejarás de ser el centro de las miradas.

Guiñó un ojo, con altanería, pero Deneb fue capaz de ver lo que le ofrecía más allá de su vanidad y sonrió, agradecida. La medio veela decidió que era realmente adorable cuando sonreía.

*

No sabía su nombre, no sabía ni que existía hasta ese momento; pero la reconoció a simple vista.

Parecía frágil. Fuera de lugar.

No debía de llegar a los veinte años, y tenía una belleza refulgente, imperecedera, perfectamente visible incluso a pesar de la suciedad de la batalla y los golpes que se marcaban en su piel aterciopelada.

Hermosa. Perdida. Vulnerable. Tres características letales en esas circunstancias, en mitad de una batalla a muerte entre estudiantes novatos, aurores y mortífagos.

Y Deneb, bastante ocupada en seguir en pie a pesar de sus propias heridas, en esquivar hechizos mortales y en silenciar las ganas que tenía de ponerse a gritar cada vez que volvía a ser consciente de que no volvería a ver a Regulus; no pudo evitar sentirse conmovida cuando la encontró.

Quizá por eso sintiese ganas de protegerla, quizá por eso quisiese cuidar de ella...

Se cruzaron en un pasillo. Tres mortífagos, “estúpidos fanáticos jóvenes” iban tras ella y la chica tenía las de perder. Cuando se encontró con Deneb, ella leyó en sus ojos que acababa de perder la esperanza de sobrevivir.

-¡Apártate!

Reacionó obedeciéndola por puro impulso, mientras que Deneb apuntaba al arco del pasillo y lo hacía caer, creando un muro entre sus compañeros y la chica. Ella la observó en silencio, aturdida.

-¿Es que quieres que te maten?

Ella sacudió la cabeza en silencio. Sus ojos iban de los suyos a la marca tenebrosa. Le costaba asimilar que una mortífaga acabara de salvarla, y estaba tan preocupada de buscarle el sentido que tardó un poco en darse cuenta de que estaba hablando con ella en francés.

-Entonces deja de correr tú sola por todos lados, eres un blanco fácil. Acompáñame, en cuanto veas a un grupo de los tuyos corre hasta ellos.

Fingía estar enfadada, pero la chica era consciente de que le estaba salvando la vida. Quizá desistió de tratar de entenderlo y simplemente sonrió, agradecida. Deneb decidió que hay sonrisas por las que merece la pena arriesgar la vida.

Dalia

Eres hermosa.

Eres hermosa incluso cuando tu piel está hecha jirones, incluso cuando desgarraron tu rostro. Eres hermosa incluso cuando tus huesos brillaban reflejando la luz de la hoguera en la que ardiste.

Eres terriblemente hermosa.

Porque, da igual lo que te hagan, seguirás brillando. Resplandeciendo. Eres la estrella más brillante del firmamento.

Tu luz es fría, pero quema. Oscura, pero ciega. Tu luz rompe la cordura para poder mostrarnos lo que está más allá de los cerrados límites de la mente humana.

Eres hermosa.

Podrías barrer ciudades con un gesto de tu mano. Podrías arrasar países. Podrías ser la soberana del mundo. Pero estás por encima de eso. Porque este mundo no puede aspirar a entenderte.

Me gustaría, ¡me gustaría tanto quedarme a tu lado! Me gustaría sentarme a tus pies, me gustaría dedicar mi vida a servirte. Porque tú me miraste, y viste dentro de mi lo que nadie jamás había visto, lo que nunca imagine que hubiera.

Te quiero. Quiero estar contigo. Nada me gustaría más. Pero no puedo.

Dalia, no soy libre. Mi alma no es libre. Lo sabes, y me rompió el corazón cuando lloraste por mí. Mi alma no es libre, y aún así… Te quiero, Dalia. Quiero estar contigo. Traicionaría cualquier cosa por ti.

Eres hermosa.

lunes, 29 de agosto de 2011

Sonríe.

-Acamparemos aquí esta noche.

-¿No estaríamos mejor a la orilla del río?

Boromir, para variar, se opone a Trancos. O Aragorn. Me gusta seguir llamándole Trancos, si le llamo de la otra forma parece que deja de ser el explorador en quien confiamos.

Sólo espero que no nos movamos. Estoy tan cansado que podría quedarme dormido de pie. Me siento en el suelo. Los pies me duelen. Mi cuerpo me pesa. Me cuesta no cerrar los ojos.

-¿Cansado, Pippin?-Pregunta Merry, en tono burlón, sentándose a mi lado.

-Podría seguir andando toda la noche.

-Seguro…

Su sonrisa no deja lugar a dudas de que opina lo contrario.

-No deberías hablar. Tienes un aspecto horrible.

Pone los ojos en blanco. Supongo que los dos tenemos las mismas ojeras, el mismo rostro fatigado y sucio por el largo camino y la misma mirada somnolienta.

-¡Hablo en serio, Merry! Tendrían que verte así tus amiguitas.

-¿En serio piensas que tú estás presentable?-Ríe empujándome.

-Bueno, pero tú siempre has sido el guapo, y yo el listo. Así que tú perderías toda tu reputación si te vieran así. Ya sabes, tú eres la cara bonita y yo…-Me levanto mirando con decisión al frente y poniendo las manos en la cintura.- ¡Yo soy el intrépido e irresistible Peregrin Tuk!

Merry me mira fingiendo estar resignado. Pero le conozco demasiado bien para adivinar la sonrisa que esconde en sus labios. Me encanta esa sonrisa. Me encanta hacer todo tipo de locuras si así consigo hacerle sonreír.

Algo me golpea en la cabeza y atrapo aturdido una manzana.

-¡Tu cena, intrépido e irresistible Tuk!-Grita Sam y Merry estalla en carcajadas.

-¿Es una broma? Podría comerme el pony entero.

-Tenemos que racionar la comida.-Trancos me ofrece una porción de pan élfico tan diminuta que me entran ganas de ponerme a llorar.

-¡Pero yo aún estoy creciendo!-Protesto.-Necesito comer bien.

-El pan élfico te alimentará bien, no te preocupes.- Contesta Legolas, amablemente.

Me siento de nuevo, desanimado, al lado de Merry. Boromir enciende una hoguera y para cuando las llamas crepitan yo ya me he acabado mi cena. Miro al pony, planteándome en serio asarlo y devorarlo.

-Ni se te ocurra.-Me advierte Sam. Me cruzo de brazos enfurruñado.

-Nos matáis a andar todo el día. Nos matáis de hambre. Nos obligáis a hacer guardia. Boromir nos hace entrenar con la espada antes de que amanezca… -El aludido me mira divertido, y yo medio sonrío en respuesta. ¿A quien voy a engañar? Me encanta jugar con él. Agun día Merry y yo conseguiremos derrotar a ese gigantón. - ¿Qué pensáis que somos? ¿Soldados?

-Pippin, ¿dónde pensabas tú que os estabais metiendo?-Pregunta Frodo.

Algunos se ríen. Merry el que más. Coloca en mis manos parte de su cena.

-Estoy demasiado cansado para seguir comiendo.-Murmura, tumbándose.

Sé que es mentira. Nunca estamos demasiado cansados para comer. ¡Pero si soy capaz de convencerle de que entremos en cualquier jardín ajeno asegurándole que he visto cómo ponían a enfriar un pastel en la ventana!

Merry se acomoda en las mantas, apoyando la cabeza en mis piernas.

-Si estás cansado y quieres dormir avísame y me quito.-Me ofrece retándome. Yo nunca reconoceré que me caigo de sueño.

-Tengo tanta energía que tal vez me quede despierto toda la noche.-Le aseguro.

Merry se ríe entre dientes cerrando los ojos mientras yo me como con ganas la comida que me ha cedido. El fuego sigue danzando, cálido e hipnótico. Todos se preparan para dormir menos Gandalf y Légolas. Mi primo se queda dormido el primero exhalando regularmente su aliento cálido contra mis tobillos.

-Deberías dormir, Peregrin.-Dice en voz baja el mago, mirándome seriamente.

-No estoy cansado.- Él resopla.

-Me da miedo que no seas ni vagamente consciente de la seriedad de nuestra misión.

Gandalf siempre me intimida un poco. Bajo la vista a la cabellera rubia de mi primo y jugueteo enroscando uno de sus rizos en mi dedo.

Merry... Espero no haberte vuelto a meter en un lío demasiado grande. Pero cuando una aventura como esta se presenta no es cuestión de rechazarla para volver a la aburrida comarca, ¿no?





Me despierto bien entrada la noche. Me duele la espalda. He caído dormido hacia atrás, recostado sobre incómodas piedras. Merry respira tranquilamente, su cabeza sigue apoyada en mis piernas dormidas. Le revuelvo los desordenados rizos rubios.

-Merry…

Él murmura algo entre sueños

-¡Merry!

-¿Qué?-Masculla entreabriendo los ojos.

-Estoy cansado, Merry. Quiero dormir.

Una ancha sonrisa triunfante se dibuja en la cara de mi primo. A pesar del cansancio, estoy seguro de que esa sonrisa lograría engatusar a media comarca. Merry es encantador, aunque él no sea del todo consciente. Puede que el no serlo le haga aun más encantador.

Se incorpora para que pueda estirar las piernas y me acurruco a su lado, espalda contra espalda.

-Sigues siendo un crío, Pippin.-Murmura entre sueños.

-Y tú no te cansas de seguirme el juego, Merry.

-Alguien tiene que cuidar de ti.

-Y alguien tiene que hacerte sonreír.

domingo, 28 de agosto de 2011

Mort

Je souhaite d’être mort.

Desnuda sobre el mármol blanco, dejaba que el agua gélida la golpease con fuerza. Sus ojos estaban abiertos, su piel mojada y su cabello caía en mechones empapados y desordenados sobre su rostro y su espalda. Se abrazaba con fuerza las piernas, sintiéndose incapaz de moverse.

Porquoi je ne suis pas mort?

Agua, todo su cuerpo estaba envuelto en agua. Era su destino. Su abuela Aurore le contó una vez que, según las leyendas, la familia de su madre, la familia Dulac, estaba emparentada con las sirenas. Sólo era una leyenda, pero de algún modo, su sangre estaba ligada al agua. Deneb recordaba a su madre, buceando en el lago con un vestido verde y movimientos elásticos. Parecía fundirse en el lago. Recordaba su pelo rizado y rubio, como algas coronando sus ojos azul mar. Recordaba tratando de matarla ahogándola en las aguas frías… Sí, su sangre estaba destinada a morir bajo el agua.

Je veux être mort.

Quería llorar, pero sus ojos parecían estar muertos. Quería gritar, pero era incapaz de mover sus labios. Estaba paralizada mientras el agua caía sobre ella. La había matado. Había matado a una pobre mujer que lo único malo que había hecho era nacer en la familia equivocada. “Ni siquiera quería participar en esta guerra. Era inocente, no había hecho nada y ahora esta muerta. YO la he matado. ¿Por qué no me negué? ¿Por qué no dejé que me matasen a mí en su lugar? Cobarde, cobarde, COBARDE. Asesina. Traidora. Sucia. Cobarde.”

Porquoi je n’ai pas été capable de mourir pour elle ?

Podría engañarse diciendo que no hubiese tenido otra opción. Su prima Bellatrix había ordenado que fuese ella quien la matase, para probar su lealtad. Bellatrix la hubiese matado si ella se hubiera negado. Ojalá lo hubiese hecho. Siempre hay otra opción. Pero pensó en él, que estaba sólo, y que siempre lo estaría si ella no volvía. Pensó que era posible que esa soledad acabara con las pocas ganas de vivir que pudiera tener y acabase saliendo a la luz, entregándose. Y, ¿para qué negarlo? No fue capaz de morir porque tenía demasiadas ganas de volver a verle. Le quería, sí, le quería. Pero no era justo arrebatar una vida por volver a estar con él. Se odiaba.

Je méritais être mort.

No merecía seguir respirando. Era una asesina. Cogió su varita y se apuntó con ella a la sien. Seguía siendo incapaz de llorar.

-Adava…-Su voz era un susurro ronco, un murmullo oculto por el llanto del agua contra su piel.-Adava Kedabra.

Nada. Su varita permaneció inmóvil. Como cada vez que un hechizo no le salía. Inútil hasta para morir. Sintió cómo el llanto le oprimía el pecho y la garganta y repitió con más fuerza.

-¡Adava Kedrabra!

Las gotas seguían empapando su cuerpo y ella seguía viva. Ahogó un sollozo. ¿Por qué había podido matarla a ella y era incapaz de quitarse una vida que no merecía?

-¡Adava…!

Rompió a llorar. Dejó caer la varita y se abrazó con fuerza las piernas, apoyando la frente en sus rodillas.

Porquoi je ne peux pas être mort?

Parce que je l'aime. Parce que j'en veux de vivre pour lui.

Lloró hasta vaciarse. Hasta que de sus ojos dejaron de fluir lágrimas. Tiritaba, con la piel de gallina y los labios amoratados por el frío. Pero no era suficiente.

Que no pudiese acabar con su patética vida no quería decir que no pudiera, que no debiera castigarse.

Apuntó nuevamente, con más decisión, con su varita a su pecho.

-¡Crucio!

Y gritó, su voz desgarrada, amortiguada por la dulce melodía de las gotas de agua. Gritó una y otra vez, castigándose sin descanso hasta perder el sentido. Hasta que su cuerpo se quedó inerte, desmadejado, cómo el se una muñeca que una niña cruel hubiese desnudado y tirado de cualquier forma en una cuna de agua.

Comme si j’étais mort.

sábado, 27 de agosto de 2011

Préparatifs

Querido Regulus

Era una forma de escapar de allí, de lograr sentirse mejor en esa casa dominada por las sombras y el pánico: Escribir mentalmente cartas que nunca le mandaría. Porque no podía decirle cuánto se estaba arriesgando. No podía decirle nada del miedo que sentía cada vez que él estaba cerca o cada vez que Bellatrix intercambiaba algunas palabras con ella. Del escalofrío que sentía cuando empezaban a hablar de planes, de misiones. De la fuerza con la que le latía el corazón durante todo el rato que tenía que ir con ellos, aunque por suerte su papel siempre era muy secundario.

Mi amado Regulus. Ojalá pudiera estar de vuelta en nunca jamás. Ojalá nunca hubiese conocido al señor oscuro. Ojalá nunca hubiesemos formado parte de esta guerra. Casi todos tenemos miedo. Narcissa está pasándolo peor que nunca, también Lucius y Draco. Es muy cruel con ellos. Es cruel con todos, en Realidad, aunque Bellatrix le siga viendo como un heraldo oscuro. Es cruel. Es egoísta. Ojalá, ojalá nunca le hubiese conocido.

Deneb pasaba mucho tiempo ayudando a su prima a satisfacer a todos esos invitados. Algunos trataban a los Malfoy incluso con desprecio. Deneb hacía lo posible para consolar a Narcissa y ayudarla en todo. Además, era un alivio estar ocupada: Tenía menos tiempo para pensar y era más fácil pasar desapercibida. Aún así, todo aquel que terminaba reconociéndola (por suerte, no eran muchos) trataban de sonsacarla cómo había podido mantenerse tan joven, a veces de forma amenazante o violenta.

¿Sabes qué es lo bueno de haber pasado por Azkaban, ma vie? Para empezar, es una especie de mérito: No traicioné a nadie, así que soy de fiar. Y además, todos piensan que estoy un poco loca. Me tratan como si fuese alguna criaturita asustadiza. Y tonta también, estoy segura de que muchos piensan que soy una niña boba. Y una niña boba no podría guardar un secreto tan grande como el que yo guardo. Es bueno que crean que estoy loca y que soy boba. Es bueno que no me presten atención. Eso te pone a salvo.

Para los mortífagos, sólo era útil delante de una caldera, preparando pociones multijugos, para sanar heridas y similares. Hacerlas no podía compararse a cuando hacía sus pociones en su casa, en su sala de las pociones, donde a veces pasaba horas y horas por el mero placer de experimentar pócimas nuevas. Aquí siempre que le mandaban hacer algo era a contra tiempo, con desconocidos pululando a su alrededor y dándole consejos que no necesitaba.

Sólo uno había sido realmente amable. Se sentó a su lado mientras ella preparaba la poción y la observó mucho tiempo en silencio, como una sombra. Sin decir ni hacer nada.

-Eres muy hábil.

-Gracias.-Le miró de soslayo. Pelo oscuro. Nariz aguileña. Parecía cansado, un tipo de cansancio que Deneb estaba segura de que ella también transmitía. Cansado de todo. Con ganas de que todo eso terminase.

-Hablo en serio. Y más teniendo en cuenta lo joven que eres.

-Tengo treinta y seis años.-Él primero se sorprendió. Luego sonrió.

-Entonces eres aún más hábil de lo que imaginaba… No se tu nombre.

-Deneb Black.-Los ojos de él se oscurecieron.

-He oído hablar alguna vez de ti. Eras la prometida de Sirius Black.

-Prefiero que ni menciones ese nombre.

Él sonrió de nuevo. Entonces escucharon un alboroto y el hombre se fue a ver qué pasaba. Más tarde Deneb se arrepintió de no haberle preguntado su nombre.

Regulus, mon roi, ma vie… Cada vez estoy más segura de que no volveré a verte. Dentro de poco se desencadenará la guerra real y yo tendré que luchar. Soy torpe con la varita, tú lo sabes. Y no puedo, no estoy dispuesta a volver a matar aunque mi vida dependa de ello.

Regulus, mon coeur, no sabes cuanto me cuesta obligarme a permanecer lejos de ti. Pero es la única forma, lo único que puedo hacer si quiero que sigas a salvo. Él te torturaría hasta matarte. NO voy a permitirlo.

Bellatrix entró en el cuarto en el que ella se entretenía doblando a mano unas sábanas. Con ella entró un oscuro presentimiento. Deneb supo lo que pasaba antes de que ella dijese nada.

-¡Prepárate, Deneb! ¡Nuestra gran hora ha llegado! Vamos a cambiar la historia. ¡Vamos a cambiar el mundo! Y vamos a devolverle la gloria a nuestro apellido.

Una sonrisa lenta se extendió por los labios de Deneb. Una sonrisa triste y resignada. Al menos había terminado esa terrible espera.

Siento mucho no poder despedirme de ti. Es lo que más lamento. Pero tú sabes que te quiero. Tú sabes que no me importa demasiado morir si es por ti. Tú sabes que seguiré dedicándote cada latido de mi corazón, cada aliento, cada gota de sangre que derrame. Tú sabes que, si hay algo más, te seguiré amando más allá de la muerte.

Cuídate.

Je t’aime, à toujours.

Je suis à tous, à toujors.

Deneb.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Interrogatoire

¿Cuántos años debían de tener? Revisó los pergaminos que tenía delante suya. Treinta y cinco años él. Treinta y seis ella. Pero en vez de sentir que estaba frente a dos adultos se sentía como si estuviese interrogando a dos adolescentes asustados.

Regulus mostraba de forma mucho más clara que estaba fuera de lugar. Parecía querer salir corriendo en cuanto él pestañease. La chica (Deneb, le recordó el pergamino, Deneb Black) no mostraba ninguna expresión. Su cara era una máscara de porcelana fina y calmada. Pero en sus ojos azules también centelleaba el miedo.

Carraspeó. Tenía que empezar el interrogatorio pero le costaba pensar en como sin soltar algo parecido a “¿No llevabas muerto cerca de veinte años?” Y para hacer más confuso todo, Harry Potter, el chico que había acabado con el señor oscuro había salido públicamente en su defensa, asegurando que gracias a ese hombre con apariencia de chiquillo con la marca tenebrosa había sido posible derrotar a quien-tú-ya-sabes.

Miró a la mujer, que podría haber pasado por estudiante de Hogwarts.

-¿Qué tal tus heridas?

-Bien, gracias.-Respondió cortésmente, como si le hubiera preguntado por el tiempo y no por las heridas que podrían haberla matado durante la batalla. Su voz tenía un marcado acento francés, que concordaba con los datos que él tenía sobre ella.

-De modo que vosotros dos lleváis fingiendo su muerte desde el principio.

Ella asintió. Regulus ni siquiera pareció escuchar la pregunta. De manera que casi podía ser casual, dejó caer su brazo hasta que el dorso de su mano quedó en contacto con el de su prima. No era casualidad. Desde que habían sido vistos, no habían roto el contacto físico entre ellos. Como si ambos lo necesitaran. De nuevo le asaltó la impresión de que eran niños asustados, sin querer soltarse la mano para no perderse en ese mundo de adultos.

-Bueno, señor Black.-Aunque señor era del todo inapropiado.-Lleva casi veinte años oficialmente muerto. ¿Podría explicarnos cómo se puso salvo?

Regulus buscó con los ojos los de su prima, que entrelazó sus dedos con los suyos. Empezó a hablar. Tenía una voz grave y suave. Regulus contó de forma resumida los motivos que le llevaron a traicionar al señor oscuro, auque no habló mucho de por qué había buscado su propia muerte. Regulus era quien hablaba, pero era ella quien le daba fuerzas, sosteniendo su mano.

-¿Es consciente de que, legalmente, debería haber avisado al ministerio? Le hubiésemos puesto protección y…

-En realidad fui yo quien le escondí.-Interrumpió Deneb. Tenía voz dulce y musical, de niña.-Lo que hice podría ser considerado secuestro. Así que la responsable fui yo.

Intercambiaron una mirada. La de Regulus era de protesta. La de ella era firme.

Moriría por él.

-Bueno, usted estaba con los mortífagos por aquel entonces. Fue juzgada y estuvo un breve periodo de tiempo en Azkaban.

Notó cómo se estremeció casi imperceptiblemente y en sus ojos volvió a brillar el miedo con intensidad. Asintió tratando de ocultar su miedo tras la máscara de indiferencia. Regulus estrechó su mano con más fuerza.

-Cuando hay una guerra, algunas personas pueden elegir el bando. Otras nacemos en uno.

-Eso no justifica los asesinatos.

-Deneb ya estuvo encerrada en el peor lugar del mundo por unos asesinatos que fue obligada a cometer.-Por primera vez, la voz de Regulus fue firme y, su mirada, amenazante.

Mataría por ella.

-Está bien, supongo que entonces ya pagó su deuda.

Ella acariciaba con el pulgar el dorso de la mano de Regulus, haciendo que la mirada de él se relajase y dejase de fulminarle para volver a encontrarse con la suya. Sus ojos oscuros se llenaban de ternura al mirarla. Estaba claro que su relación iba más allá de unos lejanos lazos familiares.

-¿Y en cuanto a la batalla de Hogwarts? Ha vuelto a unirse a los mortífagos.

-Cuando el señor oscuro te llama no tienes muchas opciones.-Contestó ella de forma sombría. –Supongo que de haber estado sola me hubiese arriesgado a desobedecer. Pero no podía arriesgarme a que le encontrase.

Mataría por él.

-Entonces, ¿Cuál era su plan al exponerse públicamente? Estaba echando a perder veinte años de tapadera.

-Yo no sabía que ella se estaba arriesgando tanto.-En su voz había un ligero tono de reproche y Deneb desvió su mirada.-Cuando me di cuenta fui detrás de ella.

-¿Sin más?

-No iba a permitir que muriese, costase lo que costase.

Moriría por ella.

Los ojos de ella brillaron. Sus manos seguían unidos. Sabía que, de estar solos, estarían abrazados.

Quedaban muchos interrogantes, muchas preguntas, pero no podía evitar sentir empatía por esos dos chicos, decididos a seguir siendo niños, aislándose del mundo que se había vuelto complicado y extraño para ellos. Dispuestos a defender a muerte algo tan simple y tan puro como su amor.

martes, 23 de agosto de 2011

Pour toujours

Querer a alguien, aunque fuese quererle con toda su alma, a veces no era suficiente.

Deneb había hecho todo lo posible por salvarle, pero era incapaz de ponerle a salvo de la oscuridad que el mismo llevaba encadenada a su alma. No podía protegerle de sus recuerdos. No podía hacer que sintiese de nuevo ganas de vivir. Ni siquiera ganas por abandonar su cuarto.

Seguramente, porque ella no era la persona indicada para salvarle. Si hubiera sido Sirius, Regulus estaría ahora completamente feliz. O uno de sus amigos con quien él pudiese realmente hablar. “Pero, sé realista, Deneb. Eres una familiar lejana que a penas conoce. Una cría que no es capaz ni de cuidarse a sí misma, que (¡por favor!)tiene miedo a dormir ¿y pretendes cuidar de él? ¡Pero si prácticamente le has secuestrado y le has condenado a no volver a ver a nadie! Lo normal será que se escape. Lo normal es que te odie.”

Ella le quería. No se había dado cuenta hasta que le encontró prácticamente muerto. Sólo cuando él estuvo a punto de dejar este mundo se dio cuenta de que todo perdería el sentido para ella si él se iba. Le quería. Le amaba. Le necesitaba. Fue por él por quien pudo seguir adelante después de que la forzasen a matar, fue su nombre lo único que hizo que no se volviera completamente loca en Azkaban, era él la razón de su vida. Y no podía hacer nada para que saliese de su cuarto.

Él no quería vivir, y eso la torturaba. Le aterraba ser incapaz de detenerle si él decidía dejar de vivir. Y si él no vivía, ella tampoco deseaba seguir respirando. Así de simple. Si él moría, ella también lo haría. No tenía ninguna duda con respecto a eso. Pero no soportaba ser testigo de se sufrimiento sin poder hacer nada por remediarlo.

Le hubiese gustado abrazarle como cuando eran pequeños. Le hubiese gustado acunarle, acariciar sus cabellos oscuros, susurrarle que todo acabaría bien. Pero Regulus estaba aislado en su cuarto, y sospechaba que en algún muy lejano a su propio cuerpo.

A través de la puerta de su dormitorio, Deneb le escuchó gritar en sueños. Apoyó la palma de la mano en la puerta de madera. Quería atravesarla, estar a su lado. Acariciarle. En lugar de eso acarició la madera y apoyó la frente contra la puerta.

Puede que para él no fuese mucho. Puede que para él ni siquiera fuese nada, que no le importase, pero todo lo que ella podía ofrecerle era estar allí, siempre, para él. Así que lo haría. Seguiría dedicándole cada instante de su vida, cada respiración, cada pensamiento, cada palpitar de su corazón. Por que ella vivía para él, había matado por él y moriría si él moría. Por que ella era suya, y le amaba.

Puede que a él no le importase. Puede que quererle así no fuera suficiente, pero su vida era todo cuanto podía darle. Y seguiría viviendo para él, aunque él no se diese cuenta. Para siempre.

sábado, 20 de agosto de 2011

Mantis

Necesitaba que me mirase.

Necesitaba sentir sus ojos clavados en mí. Necesitaba su fría aprobación. Necesitaba que me amenazase con indiferencia, que me sonriese con esa mueca vacía en sus labios. Necesitaba ser por un instante el centro de su atención, igual que él se había convertido en el indiscutible núcleo de la mía.
A veces deseaba matarle. Con mis propias manos. Extinguir la luz esmeralda de sus ojos inexpresivos. Y reír a carcajadas, empapada en su sangre. Y gritarle que nunca debió de jugar conmigo. Que yo NO era suya.
A veces deseaba que me apreciase. Ser especial para él (no como podría serlo para una persona. No era tan ingenua como para desear que él llegase a quererme de forma humana. Quería que me valorase como aliada, como compañera…). Soñaba con sorprenderle. Quería que me admirase, que quisiera mantenerme cerca. Quería ser algo SUYO.


Pero la mayor parte del tiempo sólo quería que me vigilase, que me espiase, que no me perdiese de vista. Llamar su atención. Escuchar la cadencia gélida e inhumana de su voz serpenteando por mi cerebro.
No me importaba si para eso tenía que ser su aliada o su enemiga. Mataba a quien ÉL quería ver muerto. También, a veces, a quienes ÉL necesitaba vivos. Era deliciosamente peligroso jugar a provocarle. Sobretodo porque sabía que él podía matarme con tanta facilidad como yo aplastaba un pequeño insecto entre mis dedos; sin sentir nada, sin inmutarnos. Yo NECESITABA hacer equilibrios entre la vida y la muerte, entre la razón y la cordura… Entre sus afilidisimas garras. Y sentir su presencia, aterradoramente vacía.


Y nada lograba emocionarme tanto como verlo aparecer, paralizando mi cuerpo y deteniendo mi cuchillo a unos centímetros de la yugular de alguno de los que ÉL quería vivos. Nunca logré entender como algo completamente carente de emociones lograba hacer enloquecer todas las mías. Sentía júbilo por el simple hecho de verle, seguido por un odio ciego por aquello en lo que me había convertido. Culpa, pánico, admiración, desprecio, deseo… Todos y cada uno de mis sentimientos estallaban.

Y por algún motivo, él nunca terminaba conmigo. Aunque fuese una molestia. Aunque no significase nada para él. ¿Podría ser que, de algún modo retorcido, se divirtiese jugando conmigo? Él se acercaba, imitando una sonrisa que en su rostro jamás podría llegar a ser real. ¿Por qué lo hacía? ¡Odiaba/amaba tanto esa sonrisa! Y en vez de matarme se acercaba hasta cogerme de la mano y tomar el cuchillo.

-Niña mala, Casandra. Mira lo que estás haciendo.-Sacudía la cabeza como sabía que una persona disgustada lo haría. Pero todo era falso. Todo era un juego. No había nada en su voz. Nada en su rostro. Nada en su alma.-Ahora tendré que castigarte de nuevo…

Y porque SABÍA que iba a torturarme, pero no lograba imaginarme como. Mi eterna sonrisa de desafío se extendía por mis labios.

Le NECESITABA.

Je ne peux pas dormir

Estoy agotada. Siento como si cada parte de mi cuerpo pesase como el plomo. Incluso mis pensamientos vagan a la deriva, inconexos, confusos… Cuerpo cansado, mente cansada y ojos muy abiertos en la oscuridad de nuestro dormitorio.

Je ne peux pas dormir.

No puedo cerrarlos. Si lo hago, todos los fantasmas que se esconden en la oscuridad de mis recuerdos me atacarán sin piedad. Et j’ai trop, mon ciel! Sé que me merezco que lo hagan, pero me dan miedo. Así que cuando sé que esperan a que me duerma para torturarme lucho días y días contra el sueño hasta prácticamente caer inconsciente de agotamiento. No es un buen plan, pero es el mejor que tengo.

Je ne veux pas dormir.

Además, no quiero cerrar los ojos porque si lo hago dejaré de verte. C’est m’effraie plus que des fantômes. Me gusta mirarte mientras duermes. Me gusta que tus dedos se muevan por mi hombro y me espalda sin que tú te des cuenta. Me gusta que murmures cosas que no entiendo, y el sonido constante y tranquilizador de tu respiración. Tu est si douce… Un enfant. Mon enfant.

Je ne peux pas dormir.

Duermes a mi lado. Debe de ser un sueño calmado. Entre sueños, te giras dándome la espalda. Suspiro, mirando el techo. Estoy cansada, pero no puedo dormir. No quiero. Me asusta, y yo nunca he sido capaz de enfrentarme a nada que me asuste, sólo una vez. Sólo por ti.

Je ne veux pas dormir.

Me levanto. Mi camisón está en el suelo. Lo recojo, junto a tu camisa, y lo pongo en la cesta de ropa usada, antes de abrir en silencio la cómoda y elegir otro, suelto y vaporoso, con manga larga que me proteja del frío. Si estuvieras despierto te reirías de mí, je sais. Sí, soy un poco maniática en cuanto a la ropa. Te encanta meterte conmigo por la cantidad de vestidos, zapatos, túnicas y prendas de ropa que tengo cuidadosamente ordenadas en el ropero. Y por mis cerca de treinta camisones, todos blancos, pero todos diferentes. “¿Para qué, Wendy? Total, yo soy el único que te ve, y me gusta más verte sin nada de eso.” Finjo estar enfadada y, entre dientes te siseo respuestas del tipo: “C’est son des choses que les garçons sont trop bêtes pour comprendre.” Respuestas que no comprendes, pero te hacen reír. En realidad, me da igual que nadie más que tú me vea, eres la única persona que me importa en el mundo, y sé que en el fondo si que te gusta mi forma de arreglarme. Tú también sigues vistiéndote de forma elegante. Y ¡que demonios! Soy una Black, y además francesa. Llevo en la sangre ser vanidosa.

La vida es a veces demasiado agradable en Nunca Jamás, ¿no lo piensas nunca, mi querido Peter? Tengo miedo de que todo esto sea un sueño. Pero ahí están mis pesadillas, demostrándome que no lo es. Debería estarles agradecida.

Je ne peux pas dormir.

No hay nada que recoger, nada con lo que mantener mi mente ocupada. Me siento frente al tocador y me peino más por hacer algo que por ninguna necesidad real. Mi pelo cae en ordenados y suaves mechones castaños por mis hombros y mi espalda. Me levanto. Vago por nuestro dormitorio. Finalmente salgo al balcón y me apoyo en la barandilla, contemplando las estrellas.

Mi padre no me las enseñó, no tenía tiempo. Fue mi abuela Aurore quien pasó pacientes noches conmigo, señalando el cielo y diciendo sus nombres y sus historias. La de mi abuelo, la de mi padre, la del cisne, la mía.

-Et la tienne?

-Je suis l’aube, ma fille.

Ahora mi mirada busca la tuya, mon amour, en la constelación del león. No estamos muy lejos. No se porqué, ese pensamiento siempre me anima.

Je ne veux pas dormir.

-¿Deneb?- Me giro al escuchar tu voz y sonrío ante tu expresión confusa y adormilada. Me parece irresistiblemente tierno que te hayas desvelado al no encontrarme a tu lado. Te estiras y vienes a mi lado, rodeándome la cintura con tu brazo.- ¿Qué hora es?

-Muy tarde. O muy temprano. No lo sé.

-¿Problemas para dormir?-Asiento con un gesto.-Ven aquí…

Me abrazas. Con fuerza y suavidad. Me encanta que lo hagas. Nos fundimos. Mis manos recorren tus brazos y tu espalda. J’adore, je t’aime de tout mon coeur. Nuestros labios se encuentran. En algún momento dejamos que nuestros cuerpos tomen las riendas y nuestras mentes se retiran para no entorpecer ni la más mínima sensación. Je t’aime, y nada más me importa mientras nos sumergimos en un mar de caricias y besos ardientes.

Me alzas en brazos, como si no pesara, como si fuera una muñeca que tiendes con cuidado en la cama. Mi camisón vuelve al suelo y esta vez tú no llevas apenas ropa que pueda quitarte. Embrasser, grignotage, caresser, gratter. Quelque chose se passe dans l’amour. Haces que grite y gima, y disfrutas escuchándome. Jadeas y me encanta ser capaz de alterar tu respiración y tu pulso. Atrapo el lóbulo de tu oreja con mis labios y lo acaricio con mi lengua antes de susurrarte:

-Je t’aime.

Te estremeces. Aceleras el ritmo, haciendo que pierda la cabeza y deje de ser capaz de pronunciar ninguna otra palabra. Giras, colocándome arriba. Me apoyo sobre tus hombros. Chaque centimètre de ta peau brûle. Tu brûles. Tu me fais brûler.

Je crie. Arqueo mi espalda, volviendo mi rostro hacia el techo. Me falta aire. Noto tu cuerpo completamente en tensión bajo el mío. Nada. Todo. Douce mort.

Borras todo de mi mente. Sólo se que te amo, que te quiero con cada resquicio de mi alma. Y nada más importa.

Me dejo caer en tu pecho. Me abrazas. Mis dedos recorren tu torso desnudo. Si pretendías agotarme lo has conseguido, hasta el punto que ni siquiera puedo decírtelo. Sé que estás esperando a que me duerma primera, así que cierro los ojos y empiezo a respirar lentamente. Me encanta que me sigas acariciando el pelo cuando crees que ya estoy dormida, que me beses en la frente, que suspires…

Sólo vuelvo a abrir mis ojos cuando ya se que estás dormido de nuevo.

-Je t’aime.-Susurro, y medio sonríes en sueños.

Je ne veux pas dormir.