Sólo quería detenerle.
No había nada entre nosotros. No sentía nada por él. Nada. Pero él a veces jugaba a provocarme y si yo respondía era... Bueno, para demostrarle quien estaba al mando.
Es cierto. Nada más.
Sólo quería detenerle.
Estábamos a solas en los calabozos y él estaba demasiado cerca. Nuestros cuerpos se rozaban y el tenía los ojos clavados en los míos. Retándome. No podía irme y dejar que el pensase que huía de algún modo de él, así que me crucé de brazos y le miré desafiante, sosteniendo su mirada esmeralda mientras él se acercaba tanto a mí que notaba el calor que emanaba de su piel.
Entonces rompió la inexistente distancia con un beso.
Sólo quería detenerle, así que me mantuve muy quieta mientras él me besaba, tanteando en mi cinturón hasta dar con las esposas. Fui rápida. Le empujé con mi cuerpo contra las rejas. Encerré una de sus muñecas con las esposas y alcé sus brazos, trabando las esposas a los barrotes por encima de su cabeza antes de cerrar el otro extremo atrapando su otra muñeca.
Corté el beso para mirarle con una sonrisa cruel. Estaba totalmente a mi merced y esperaba ver algo de miedo o respeto en su mirada. Pero él simplemente mantenía mi mirada. No estaba asustado, ni siquiera intimidado. Me miraba como si compartiésemos un secreto, un juego, una relación... Algo.
No, Fletcher.
No trates de confundirme.
Le agarre del cuello y le empujé con fuerza contra las rejas. Desgarré su camisa con mis largas uñas. Temblaba, pero no de miedo. Mordí su piel, con furia.
Sólo quería que se diese cuenta de que no estaba jugando con él. Sólo quería que se diese cuenta de que yo estaba al mando.
Su piel era dulce y suave. Quise desgarrarla a mordiscos pero no pude. Despues de todo, era poco más que un niño. Sólo quería asustarle pero él no parecía dispuesto a perder el miedo. Le desnudé completamente, con violencia. Su cuerpo estaba en completa tensión y estaba totalmente excitado. Me hizo sonreir cruelmente.
Me deseaba.
Eso hacía que tuviese más recursos para torturarlo.
Me alejé con pasos lentos sintiendo su mirada expectante. Me puse de espaldas a él para irme quitando la ropa todo lo lentamente que era capaz. El aire era frío y sentía su mirada ardiente en cada trozo de piel que quedaba expuesto. Me di la vuelta de forma sugerente para mirarle con aire altivo.
Sólo quería demostrar quien estaba al mando.
Y perdí.
Sus ojos eran dos refulgentes imanes verdes. No debí mirarlos. Tenía los mismos ojos sabios e hipnóticos de un dios de las serpientes. Quería acariciar y besar cada uno de los resquicios de mi piel. Y de algún modo, sus ojos hicieron que ese deseo irrefrenable se multiplicase en mí.
Rompí la distancia. Como si fuera un animal hambriento que cayese en una trampa. Me lancé sobre su cuerpo y recorrí caminos inexplorados por el con mis dedos y mis labios. Mordí, besé, lamí y acaricié, disfrutando de sus intentos por ahogar los gemidos y jadeos. Cuando no pude resistirme más, me aferré a los barrotes y trepé por ellos para colocarme sobre él y hacer que entrase dentro de mí.
No era realmente consciente de su gritaba o gemía. No era consciente de mis reacciones, sólo de su respiración contra mi piel, de su cuerpo contra el mío, de sus labios besando mi cuello.
Más tarde, borraría todos esos recuerdos de un paraíso prohibido para mí, detestando por haber sido tan débil y odiando con toda mi alma a ese maldito crío con el pelo verde.
No había nada entre nosotros. No sentía nada por él. Nada. Pero él a veces jugaba a provocarme y si yo respondía era... Bueno, para demostrarle quien estaba al mando.
Es cierto. Nada más.
Sólo quería detenerle.
Estábamos a solas en los calabozos y él estaba demasiado cerca. Nuestros cuerpos se rozaban y el tenía los ojos clavados en los míos. Retándome. No podía irme y dejar que el pensase que huía de algún modo de él, así que me crucé de brazos y le miré desafiante, sosteniendo su mirada esmeralda mientras él se acercaba tanto a mí que notaba el calor que emanaba de su piel.
Entonces rompió la inexistente distancia con un beso.
Sólo quería detenerle, así que me mantuve muy quieta mientras él me besaba, tanteando en mi cinturón hasta dar con las esposas. Fui rápida. Le empujé con mi cuerpo contra las rejas. Encerré una de sus muñecas con las esposas y alcé sus brazos, trabando las esposas a los barrotes por encima de su cabeza antes de cerrar el otro extremo atrapando su otra muñeca.
Corté el beso para mirarle con una sonrisa cruel. Estaba totalmente a mi merced y esperaba ver algo de miedo o respeto en su mirada. Pero él simplemente mantenía mi mirada. No estaba asustado, ni siquiera intimidado. Me miraba como si compartiésemos un secreto, un juego, una relación... Algo.
No, Fletcher.
No trates de confundirme.
Le agarre del cuello y le empujé con fuerza contra las rejas. Desgarré su camisa con mis largas uñas. Temblaba, pero no de miedo. Mordí su piel, con furia.
Sólo quería que se diese cuenta de que no estaba jugando con él. Sólo quería que se diese cuenta de que yo estaba al mando.
Su piel era dulce y suave. Quise desgarrarla a mordiscos pero no pude. Despues de todo, era poco más que un niño. Sólo quería asustarle pero él no parecía dispuesto a perder el miedo. Le desnudé completamente, con violencia. Su cuerpo estaba en completa tensión y estaba totalmente excitado. Me hizo sonreir cruelmente.
Me deseaba.
Eso hacía que tuviese más recursos para torturarlo.
Me alejé con pasos lentos sintiendo su mirada expectante. Me puse de espaldas a él para irme quitando la ropa todo lo lentamente que era capaz. El aire era frío y sentía su mirada ardiente en cada trozo de piel que quedaba expuesto. Me di la vuelta de forma sugerente para mirarle con aire altivo.
Sólo quería demostrar quien estaba al mando.
Y perdí.
Sus ojos eran dos refulgentes imanes verdes. No debí mirarlos. Tenía los mismos ojos sabios e hipnóticos de un dios de las serpientes. Quería acariciar y besar cada uno de los resquicios de mi piel. Y de algún modo, sus ojos hicieron que ese deseo irrefrenable se multiplicase en mí.
Rompí la distancia. Como si fuera un animal hambriento que cayese en una trampa. Me lancé sobre su cuerpo y recorrí caminos inexplorados por el con mis dedos y mis labios. Mordí, besé, lamí y acaricié, disfrutando de sus intentos por ahogar los gemidos y jadeos. Cuando no pude resistirme más, me aferré a los barrotes y trepé por ellos para colocarme sobre él y hacer que entrase dentro de mí.
No era realmente consciente de su gritaba o gemía. No era consciente de mis reacciones, sólo de su respiración contra mi piel, de su cuerpo contra el mío, de sus labios besando mi cuello.
Más tarde, borraría todos esos recuerdos de un paraíso prohibido para mí, detestando por haber sido tan débil y odiando con toda mi alma a ese maldito crío con el pelo verde.