martes, 18 de octubre de 2011

Dormida

Me gusta mirar como duermes.


Tu piel es suave, y blanca. ¡Tan blanca! La recorro con la yema de mi índice. Tu piel es un lienzo donde dibujar mi obra. Un lienzo que he cubierto de ríos escarlata y lagos de un oscuro color vino. Un lienzo tan blanco que cada una de mis pinceladas destaca con sorprendente belleza. 


Tú eres mi musa y yo visto tu desnudez con arte.


Duermes. Estás terriblemente bella dormida. Tu voz era demasiado aguda, demasiado expresiva. Tus gritos amenazaban con romper la magia con la que te creaba. Había demasiado miedo en tu voz, y en  tus ojos cuando estabas despierta, y no, no queremos miedo. Ni respiración agitada. Ni lágrimas que borren la sangre de tus mejillas. No.


Duerme. Sin el golpeteo incómodo del corazón contra tu pecho. Sin que tu pecho se mueva al tener que inspirar aire. Duermes eternamente hermosa, mi bella durmiente. Mi musa. Mi lienzo. Mi amada


Rojo contra blanco. Valles amoratados entre tus colinas cubiertas de nieve. Tu piel es tan perfectamente blanca. Te adoro. Te amo con toda mi alma aunque ya nunca sepa tu nombre. Lirio, Cisne, Reflejo de luna. Blanca. Pura. 


Sigues dormida, perdida en sueños, con los ojos muy abiertos. Tomo tu mano fría y pálida y deposito un beso en el dorso antes de marcharme. Me quedaría aquí contigo, pero ya sabes que los artistas somos unos incomprendidos y hay quien considera un crimen mi arte.


No nos comprenden, mi musa de marfil. Tú tampoco lo hacías antes de que te hiciese dormir, pero ya lo entiendes. Y me amas por lo que te he hecho. Deslumbra con tu cegadora belleza a quienes te vean, mi ninfa de niebla, yo me llevo tu recuerdo para siempre grabado en mis más bellos recuerdos.


Y tu sabor, dulce y metálico, en mis labios.

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