Entró en el dormitorio para recoger un poco y se lo encontró sentado en la cama, aún a medio vestir y con la mirada perdida. Su corazón soltó un pequeño quejido de dolor al verle así, y aleteó con miedo.
Siempre temía cada vez que empezaba a ausentarse. La mayoría de las veces terminaba por encerrarse en algún lugar oscuro donde ella no podía llegar para consolarse. Solía ser por Sirius, pero esta vez no. Esta vez era por ella. Y por esa maldita carta.
Las pocas lechuzas mensajeras que llegaban eran para ella. Siempre para ella, porque Regulus estaba muerto para el mundo. Pero ellos lo compartían todo. Porque eran amantes, pero también confidentes, compañeros, amigos y hermanos. Y a ella no le importaba que él leyese su correspondencia. No solía ser nada importante y era su único y débil contacto con el mundo. Pero esta vez hubiese deseado que no lo leyese, porque esa carta traía noticias (órdenes más bien) que amenazaban con romper la eterna calma de su pequeña isla al margen del mundo.
No habían hablado de ellos. Regulus sólo le pregunto que si ella iría tal y como Bellatrix exigía y ella contestó que no tenía otro remedio. Él se quedó a su lado mientras ella escribía su respuesta y luego se empezó a aislar en si mismo.
Se quedó un tiempo indecisa en la puerta, mirándole. Llevaba puestos los pantalones, pero aún estaba descalzo y sostenía la camisa en sus manos. Parecía tan pequeño… Querría entrar y abrazarle, pero nunca sabía como reaccionar cuando estaba así.
-¿Regulus?-Odió que su voz sonase tan tímida y frágil.
Él ladeó la cabeza, gracias a los cielos, reaccionando.
-Dime, Deneb.
-Vas a resfriarte.
Consiguió que esbozase un leve asomo de sonrisa a la que respondió con ganas. Cruzó la habitación para sentarse a horcajadas sobre sus piernas, quedando a pocos centímetros de su rostro. Aprovechó la corta distancia para inclinarse hacia él y besarle bajo la comisura de sus labios antes de quitarle la camiseta y empezar a vestirle ella misma.
-Además, este otoño es muy frío.
-Sólo para los franceses.
Ella respondió con un mohín, haciendo que pasase el brazo por la manga. Regulus se dejaba hacer, como si fuese un niño. Se dio cuenta de cuantisimo iba a echar de menos momentos como ese.
-Porque en Francia, el otoño es agradable, no como aquí. Sólo lluvia y viento. Y en invierno lluvia, viento y frío.-Bufó, empezando a abotonar la camisa blanca, ocultando su torso pálido y suave.- Es un país deprimente. Et si laid… No me extraña que tengáis el gusto tan…
-Deneb.-La interrumpió él, bruscamente, sujetando sus muñecas y mirándola con demasiada intensidad.-No te vayas.
Una frase corta y contundente que la desarmó. Regulus la abrazó con fuerza, aferrándose a ella. Ocultando su rostro en su cuello.
-No te vayas, no me dejes sólo.-Murmuró, tan bajo que a penas era audible.-Si te pasa algo… Si te pasara algo…
Si hubo un momento en el que Deneb podía haberse echado atrás y huir fue ese, en el momento en el que devolvía el abrazo a Regulus, cerrando los ojos con fuerza y apoyando su rostro contra el pelo oscuro y suave de su amante.
No quería irse. No era capaz de dejarle. Estaba aterrada, aunque no pudiese permitirse mostrar su miedo. Quería gritar que no se iría, que tenían que huir juntos. Que encontrarían otro escondite, otro Nunca Jamás…
Entonces volvió a ser consciente de a quien de enfrentarían.
No, no podían huir porque la perseguirían. La encontrarían. Y cuando le encontrasen a él también… Se estremeció, y Regulus la estrechó entre sus brazos con más fuerza.
Había algo que Regulus no entendía. Y no lo entendía porque su idolatrado Sirius había sido demasiado egoísta. E incluso Deneb, que había sido hija única comprendía. Hay un código no escrito entre los hermanos. Y el mayor protege. Es algo tan obvio como que a la primavera le sigue el verano.
El mayor protege. Es su función. Y ellos eran amantes, pero también confidentes, compañeros, amigos y hermanos. Y no importa el precio que tenga que pagar el mayor por ser el protector, hace lo que tiene que hacer, y eso es todo. Pasa lo que tiene que pasar y, sea lo que sea, esta bien.
Deneb sintió como su miedo se desvanecía. Tenía que dejar de pensar en él como su amante para poder razonar como su hermana mayor. Y una vez que lo consiguió, esbozó una sonrisa tranquilizadora y se apartó de él para mirarle firmemente a los ojos.
-No me va a pasar nada.
-Pero…-Ella tapó sus labios con sus dedos.
-Vamos a pensarlo bien, Reggie. No soy muy hábil, no lo suficiente para ser útil en combate. En cambio saben lo bien que se me dan las pociones. No van a ponerme en primera línea y perderme tontamente pudiendo tenerme encerrada en algún lugar haciendo que sane a los heridos y les prepare pócimas útiles.
Tenía lógica. Él no estaba convencido del todo, pero casi. Había aflojado la presión de sus brazos y la angustia de sus ojos desaparecía.
-Además, no voy a dejar que me pase nada porque sé que me necesitas. Eres tan inútil que ni siquiera sabes hacer la cama.-Se burló, dándole un toquecito en la nariz y logrando que él, ¡al fín!, se riera.
-Habló la francesita a la que le salen mal hasta los lumos.
-¡Sólo fue una vez!-Protestó, ofendida. Él riendo, volvió a abrazarla para besarla.
"Odio hacer que lo pases mal, pero si tengo que hacerlo para que estés a salvo lo haré. Y no sólo porque te quiera con toda mi alma, Regulus Arcturus Black, también porque eso es lo que hacemos lo hermanos mayores."
Mi amada, mi luz...
ResponderEliminarTen cuidado, protegete se todo y todos, y sobre todo, regresa a casa... a Neverland.
Porque este mundo lo he creado yo, pero sin ti, no existe.
Te amo, y siempre te estaré esperando.
Tuyo
R.A.B.