lunes, 25 de julio de 2011

Azkaban

Día 3

Gritos. Los gritos no cesaban. También se escuchaban muchos llantos y sollozos. Quien fuera que estuviera en la celda de al lado de la de Deneb no dejaba de llorar histéricamente. También se escuchaba la risa desquiciada de Bellatrix que no debía de estar muy lejos.
Deneb pasaba las horas hecha un ovillo y tratando de recordar a Regulus. Cada vez que los dementotes se detenían delante de su celda sus rasgos se desdibujaban, sus recuerdos perdían color, luz y calor, hasta convertirse en algo lejano e irreal.
“Seguro que le han descubierto. Seguro que alguien le ha atrapado. Puede que ahora mismo esté muerto. Nunca me lo dirán…”
Trataba de autoconvencerse de que Regulus estaba bien, de que él tampoco la había olvidado, de que volverían a verse… Cada día parecía menos probable.

No sabía cuanto había pasado desde el juicio. Ella se había mantenido en silencio, hablando tan sólo para asegurar que no había matado a nadie durante la rebelión mortífaga. No tenían pruebas de lo contrario, pero la marca tenebrosa había bastado para que decidiesen que merecía encarcelamiento preventivo.

¿Y Regulus? Deneb le necesitaba. Necesitaba saber que estaba bien. Necesitaba saber que estaba libre. Necesitaba saber que aún pensaba en ella, que aún la quería una décima parte de lo que ella le seguía amando.
Empezó a tiritar de frío y los dientes le castañeteaban. Un dementor estaba quieto, tras los barrotes. Deneb trató de aferrarse al recuerdo de la única persona que le hacía desear seguir viviendo pero fue incapaz. El dementor se llevaba sus más preciados recuerdos, dejando sólo frío y un aterrador hueco negro en su pecho.
“Ni siquiera puedo recordar su nombre.”
Pánico. Angustia. Desesperación. Deneb gritó hasta quedarse sin voz.

Día 12

¿Cuánto tiempo había pasado?

Había perdido la noción del tiempo. Todo era frío, soledad y los llantos y gritos de los otros. De vez en cuando Bellatrix rompía a reír en terribles carcajadas. Era casi peor que los gritos.

A Deneb empezaba a costarle distinguir lo real de lo que no lo era. Había dicho que nunca había matado a nadie, pero aún así la habían encerrado. ¿Tan obvio había sido que mentía?

“Pero yo no quise matar. Nunca quise.” Se repetía, aunque no estaba segura. Claro que despreciaba a los sangre-sucia, que les encontraba insultante, pero ella nunca disfrutó matándolos… ¿O sí?

Le habían despojado de todos sus buenos recuerdos, pero sin embargo permanecían claros y nítidos los castigos de su padre, desde que era niña; todas las veces que tuvo miedo, todas las veces que sintió dolor, y todas las veces que mató a alguien. Cinco.

Cinco personas. “Pero yo no quise matarlas. Estábamos en la guerra, en todas las guerras muere gente. Ellos me hubieran matado a mí su hubiesen podido…”

Los dementotes le habían arrebatado todos los recuerdos de la persona a la que más amaba del mundo. Todos excepto aquel en el que estaba al borde de la muerte. Su elfo doméstico le había conducido a donde estaba. Había bebido veneno, o había traicionado al señor oscuro, no podía recordarlo con seguridad. Pero Deneb si que recordaba con la misma intensidad que en su momento su pánico ciego al verle tan pálido, tan frío, totalmente inanimado…

Parecía muerto.

“¡Pero aun estaba vivo! ¡Llegamos a tiempo! Le salvamos, está vivo. ¡Está vivo!” ¿O eso era tan sólo lo que ahora se empeñaba en creer? No era capaz de recordar nada sobre él con certeza a partir de esa imagen. ¿Había perdido la batalla contra la locura? ¿Regulus no sobrevivió, pero ella necesitaba creer su propia mentira?

Sintió calor de pronto, como sí algo la iluminase por dentro. ¡Regulus! Había logrado arrebatarle su nombre al olvido. En voz baja, inaudible, empezó a pronunciar una y otra vez su nombre, hasta convertirlo en un murmullo constante, como si rezase.

No permitiría que volviesen a arrebatárselo. Podía ser que él no hubiese sobrevivido, que ya estuviese muerto cuando Deneb y el elfo le encontraron, pero tenía la completa certeza de que le había querido con toda su alma, de que le seguía queriendo. Eso era suficiente.

Se prometió que no iba a olvidarlo.


Día 42

“Regulusregulusregulusregulus…”

Cuando los dementotes estaban cerca se aferraba a su nombre como si fuese un tablón en mitad de una tempestad en alta mar. No sabía si había muerto o no, ni siquiera sabía si él había llegado a quererla o no. Ese pensamiento le atormentaba, como el recuerdo de su rostro lívido, muerto…

¡No! No había muerto allí. ¿O sí lo había hecho?

Se llevó las manos a la cabeza, presionando con fuerza sus oídos.

“Regulusregulusregulusregulusregulus…”

A veces cantaba. Siempre le había gustado cantar cuando estaba sola. Aunque la única canción que lograba recordar era la que había escuchado a los siete años, durante el funeral de su madre, en un París de un apagado color gris y con la lluvia mojando sus pequeños zapatos negros.

* http://www.youtube.com/watch?v=cq_1aDZ1Iw0 *

Ese recuerdo era real. Deneb necesitaba saber cuales de sus recuerdos lo eran.

Regulus era real, estuviese vivo o, sentía cómo su corazón se partía sólo de pensarlo, muerto.

Él había existido. Ella le había querido por encima de cualquier otra cosa. Incluso perder la razón en una celda de Azkaban de algún modo se compensaba por haberle conocido, por haberle amado como aún lo seguía haciendo.

Los dementores se alejaron, dándole tiempo a Deneb a recoger los trozos de cordura que le quedaba. No era mucha. Nunca había pensado que la locura pudiese ser tan aterradoramente vacía y cruel. Unos pasos la sacaron de su ensimismamiento. Pasos. Humanos.

-¿Señorita Black?

Alzó la vista. Un hombre al que no reconoció y, tras él, su prima Narcisa. Ella la miró tratando de ocultar su ansiedad. Deneb sabía que debía de tener un aspecto horrible y la mirada de una demente. No le importaba mucho. Tenía una pregunta quemándole los labios. “¿Esta bien? ¿Esta vivo? ¡Por favor, que alguien me diga que Regulus sigue a salvo!” Pero logró contenerse. Si estaba a salvo nadie debía saberlo. Si estaba muerto entonces nada importaba. Podían acabar con ella de forma rápida y ahorrarle sufrimiento.

-Señorita Black, tras estudiar su caso, los aurores no han encontrado pruebas de que asesinase a nadie. Por lo que vamos a dejarla en libertad. Su familiar más directo que hemos podido encontrar se encargará de que esté bien.

-Te ayudaré a recuperarte.-Dijo Narcisa, ayudándola a que se levantase. Tuvo que sostenerla, pero Deneb sacudió la cabeza.

-No puedes, tengo que irme a casa.

-¡No puedes irte sola, Deneb!

-¡Tengo que irme! ¡Tengo que irme a casa!-Empezó a repetir.

La expresión de Narcisa era intermedia entre el miedo y la preocupación. A Deneb no le importó.

Era libre. Necesitaba volver a la casa. Necesitaba saber si seguía vivo, si realmente le había encontrado a tiempo. Y si Regulus había muerto… Entonces NECESITABA reunirse con él.

* * * * * *

Narcisa había insistido tanto, y ella estaba tan débil, que se dejó conducir hasta la casa de los Malfoy para viajar desde allí hasta la suya. Deneb deseaba transportarse cerca sin más, pero sus manos temblaban al sostener la varita y no era capaz de pronunciar claramente ni el hechizo más simple.

Tal vez debería sentirse alegre o al menos aliviada tras abandonar Azkaban, pero no fue así. La angustia le oprimía el corazón y le impedía respirar. Sólo quería volver a verle. Y si no era posible… Tan sólo con planteárselo su mundo se derrumbaba.

La casa de los Malfoy estaba impecable. Cada mueble valía más de lo que un mago corriente podría ganar en toda su vida. Deneb deseaba marcharse cuanto antes, pero Narcisa la obligó a sentarse en un sillón y mandó a un elfo a por algo de comida. Tomó sorbos de la bebida pero fue incapaz de probar un solo pedazo sólido.

Su propio reflejo en la bandeja de plata la sorprendió. Había perdido bastante peso y sus huesos se marcaban bajo la fina piel que nunca había estado tan pálida. Su largo pelo castaño, antes tan bien cuidado y brillante, estaba apagado y sin vida. Sus ojos, asustados y agotados, estaban hundidos en unas grandes ojeras violáceas.

Draco apareció llamando a su madre, dando pasos vacilantes. Era una criaturita rubia y de grandes ojos azules. Narcisa lo tomó en brazos con cariño mientras Deneb, ausente, les observaba. Resultaba extraño ver que la vida continuaba, que seguía siendo hermosa y dulce para algunos y, al mismo tiempo, bestialmente despiadada con otros.

-Puedes quedarte con nosotros tanto tiempo como quieras, Deneb.

Ella sacudió la cabeza casi sin fuerzas.

-Sólo quiero irme.

Su voz era débil pero firme. Narcisa la abrazó.

-Te escribiré. Nos veremos pronto. Ven si lo necesitas. Cuídate.

Deneb se lo agradeció con un cabeceo. Se colocaron frente a la chimenea y tomó un puñado de polvos Flu. Los echó al fuego. Pronunció la dirección de su hogar. Saltó y se dejó llevar.

La casa estaba a oscuras. Tuvo que acostumbrar sus ojos a la falta de luz. Silencio. Vacío. Abandono. La pequeña mansión parecía llevar mucho tiempo sin guardar ninguna vida. El corazón de Deneb se aceleró y le empezó a doler al mismo tiempo.

-¿Hola? ¿Hay alguien?

Su voz se rompió antes de terminar la segunda pregunta. Incapaz de contener por más tiempo un sollozo, rompió a llorar y a correr al mismo tiempo. Gritando una y otra vez qué si había alguien en la casa. La sala y el recibidor estaban vacíos, igual que la cocina y el comedor. Nadie contestó. Corría escaleras arriba, pero las lágrimas le impedían la visión y tropezó. Se quedó quieta, en las escaleras. El dolor del golpe no era nada en comparación al dolor dentro de su pecho.

“Así que no llegué a tiempo. Nunca llegué a salvarle…”

Lloraba histéricamente, con sacudidas. Le costaba coger aire. Regulus estaba muerto. Era el único pensamiento coherente que lograba formar en su mente y era demoledor. No tenía ningún motivo para vivir, ningún motivo para estar allí.

Lloraba tan alto que no le oyó llegar. Tan sólo notó que alguien cogía sus manos y se las apartaba de la cara. Su visión estaba borrosa. Cuando él le limpió las lágrimas pensó que debía de ser un ángel.

Tenía los mismos rasgos que cuando se conocieron, como si el tiempo no tuviese valor para estropear su belleza. Los mismos ojos oscuros, a un tiempo apasionados e inocentes, que la miraban como si él tampoco se atreviese a creer lo que estaba viendo. Ella acarició su mejilla, sus labios, la curva de la mandíbula, su pelo oscuro y despeinado… Necesitaba saber si era real.

Él quiso pronunciar su nombre, pero ella se adelantó acercando su rostro al suyo y callando sus labios con un beso. Regulus la apretó con fuerza contra sí, con demasiada fuerza, casi dolía. No importaba. Nada importaba. El mundo podía acabarse fuera de los muros de su casa que a Deneb no le importaría lo más mínimo.

Regulus estaba bien, estaba vivo. Regulus la quería.

Pensó que nunca podría existir nadie más feliz que ella.

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