martes, 26 de julio de 2011

Lettre

Querido padre,

Deneb se mordió el labio inferior. Le resultaba difícil escribir cada palabra en el desolador folio en blanco. Ni siquiera el hecho de saber que nunca mandaría esa carta hacía que fuese fácil escribirla. Porque de algún modo él la leería, ¿verdad?

Siento haber tardado tanto en volver a escribirte. No voy a mentirnos diciéndote que quería haberlo hecho antes y no he encontrado tiempo. No voy a prometerte volver a escribirte pronto. Quizá no vuelva a hacerlo. Pero hoy hace tres años desde que moriste y me parecía muy triste no dedicarte ni siquiera unas palabras. Tu tumba estará sola, sin flores, olvidada. Al fin y al cabo eres mi padre, supongo que es mi obligación mantenerte en mis recuerdos.

Se estremeció. Los recuerdos que se materializaron en su mente sobre su padre no eran agradables. Alto, delgado, con un rictus serio y el pelo cano desde que ella tenía memoria. Podría haber encajado como profesor severo, como un tío frío y distante. Mejor que como padre. Deneb volvió a escribir, casi con rabia.

Fuiste injusto conmigo, papá. Muy injusto. Sé que no querías tener hijos. También se que cuando Camille se quedó embarazada, tras el disgusto inicial, empezaste a hacerte a la idea de educar a un niño que llevase tu nombre. Sé que te decepcioné según nací, que te desentendiste de mí la mayor parte del tiempo. Yo quería que te sintieses orgulloso de mi, lo necesitaba, por que sabía que eso era lo más parecido al cariño que podías mostrarme.

Hice todo lo que tú pedías sin rechistar. No tuve muchas amigas, porque consideras una pérdida de tiempo la amistad. Acepté casarme con un desconocido que vivía en otro país porque era lo que tú querías. Me resigné a ser un ama de casa, sin atreverme a soñar con ser otra cosa, porque era lo que esperabas de mí. ¡Renuncié a todo por ti! Pero para ti no fue suficiente.

Deneb dejó la pluma sobre el tintero y presionó sus dedos contra los párpados, respirando profundamente y tratando de calmarse. No quería que la carta que le escribía a su padre en el aniversario de su muerte fuera una serie de acusaciones.

Lo siento, padre. No quería que esta carta fuera tan hostil, pero aún hay cosas que me cuesta perdonarte. Nunca pude entender porqué me castigaste a mí cuando Sirius me rechazó. Tú y Wallburga fuisteis crueles. Es cierto que nunca quise casarme por él, pero lo aceptaba porque era lo que habíais decidido. Él no (gracias a los dioses). Fue el quien rompió el compromiso, así que nunca entendí por qué lo pagasteis conmigo, por qué me acusasteis de haberme mostrado fría con él y por qué me mantuviste encerrada en casa durante un año, hasta que le prometí fidelidad al señor oscuro.

Sabes que por eso terminé en Azkaban, ¿verdad? Creo que sí, aunque moriste poco después de que me encerraran. ¿Sabes que casi me volví loca allí? ¿Qué aún me persigue la oscuridad que conocí en esa diminuta celda? Así que siento no haber podido ir a tu funeral, pero estaba cumpliendo los planes que habías hecho para mí.

-Relájate.-Se ordenó en voz alta.

Su padre estaba muerto. No estaba bien descargar su rabia sobre un papel dirigido a un muerto. Necesitaba encontrar la forma de dejarle en paz, de reconciliarse con él para liberarle de su rencor. Además, la mañana avanzaba y tenía que preparar la comida, regar sus plantas… Sonrió.

Es curioso que al final haya terminado haciendo lo que esperabas de mí. Y soy feliz, muy feliz. Soy tan buena esposa como se esperaba de mí y, aunque no estemos realmente casados, estamos mucho más unidos que cualquier matrimonio que haya conocido. ¡Y él es un Black! El hermano de quien tú habías elegido, pero su sangre es igual de limpia. Y él es mucho más dulce, más amable, más tierno y ¿por qué no ponerlo? mucho más apuesto que el bruto de su hermano mayor.

Dejemos atrás las heridas del pasado, padre. Yo voy a creer que te importaba, que me educaste tal y como a tí te habían educado. Tú puedes irte tranquilo, seguí el camino que me marcaste aunque me haya llevado a un lugar que ninguno imaginamos.

Tal vez algún día volvamos a encontrarnos. Espero que estés en paz.

Tu hija,

Deneb Black

Firmó cuidando de su caligrafía y esperó unos segundos a que se secase la tinta antes de doblarla y sellarla. La dejó a un lado del escritorio. Más tarde, cuando atardeciera, caminaría hasta el mar para quemarla y esparcir sus cenizas entre las olas.

Regulus entró en la cocina cuando ella estaba terminando. Le gustaba cocinar, tan relajante como gratificante, aunque ese día sus pensamientos estaban demasiado lejos de allí.

-¿Todo esta bien, Deneb?

Ella asintió, tratando de sostenerle la mirada a sus ojos oscuros, perspicaces, entrecerrados entre sus pestañas negras.

La abrazó, con suavidad. Deneb cerró los ojos suspirando cuando él la besó en la frente.

-Deja que te acompañe.

Deneb le miró, sorprendida. Él alzó las cejas.

-Cada vez que te encierras allí tanto tiempo es para escribirle a alguien. Y siempre te cuesta. Y siempre vas sola a tirar las cartas al agua.-Deneb se sintió sorprendida de que la conociera tan bien, hasta los sentimientos que ella tanto se esforzaba en ocultar.-Nadie te pide que seas tan fuerte. Déjame acompañarte.

Una sonrisa conmovida se extendió tímidamente por sus labios. Jugueteó con uno de sus mechones del suave pelo negro como la noche.

-Ojalá le hubieras gustado…

Y antes de que él pudiera preguntarle a qué se refería se puso de puntillas para sellar sus labios con un beso.

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