lunes, 25 de julio de 2011

Cauchemars

Deneb se despertó bruscamente. Adormilada y desorientada se incorporó pestañeando para despejarse. Aún era noche cerrada. A su lado, Regulus se revolvía bruscamente, con los ojos cerrados y los dientes apretados con fuerza. Prisionero en otro sueño violento.

Deneb no quería despertarle, si no calmarle. Le abrazó por la espalda, apoyando su cara en la nuca de él y cruzando las manos por su pecho. Cada uno de sus músculos estaba en tensión. Deneb le susurró al oído:

-Détendez-vous, ma vie. C’est juste un mauvais rêve.

Le besó, en el hombro, en el brazo, en su cuello. Regulus suspiró y por fin su cuerpo pudo relajarse. Sus manos se posaron junto a las de Deneb, acariciándolas levemente antes de caer en un sueño más profundo. Ella sonrió y cerró los ojos.

Los dos tenían pesadillas. Tenía sentido: los dos habían estado rotos. Los dos tenían cicatrices que no sanarían del todo nunca. Incluso entonces, lejos de todo, los fantasmas de sus miedos seguían materializándose en sus sueños para torturarles.

Pero estos fantasmas volvían a hacerse intangibles al amanecer.

Regulus volvió a moverse, rodando hacia ella hasta quedar boca arriba. Deneb tuvo que soltarle y apartarse para no quedar bajo él. Regulus murmuró algo incomprensible y, tras una pausa, pronunció el nombre de su hermano con expresión torturada en su rostro angelical.

Deneb suspiró y se resignó a que esa sería otra de esas noches en las que dormiría poco. No es que le molestase realmente. No creía que nada de lo que hiciese Regulus podría molestarla de verdad. Y su rostro se volvía tan vulnerable en sueños… Deneb acarició su mejilla, tomando una de sus manos con la suya que tenía libre.

-Je suis ici.

En sus pesadillas, Regulus nombraba a sus familiares, a los que le habían hecho daño, y muy frecuentemente a su hermano. Deneb tenía sentimientos encontrados hacia Sirius. Aún le consideraba un egoísta, y le guardaba cierto rencor por despecharla sin plantearse siquiera que pasaría con ella. Pero si no fuera por Sirius podría no haber conocido a Regulus.

Deneb sólo gritaba un nombre en sus pesadillas, el del hombre con cara de eterno adolescente que ahora murmuraba sonidos incoherentes. En sus peores sueños Deneb volvía a Azkaban, lejos de él. O al día en que lo encontró prácticamente muerto. En sus pesadillas él no sobrevivía. Eran tan intensas que, incluso cuando él la despertaba, abrazándola con fuerza, ella tardaba un rato eterno en cerciorarse de que era real.

El sueño que tenía atrapado a Regulus le hacía fruncir el ceño y murmurar con voz angustiada, Deneb trataba de consolarle con besos y caricias, pero cuando fue obvio que no bastaba le despertó sujetando su cara entre sus manos.

Regulus tardó un poco en orientarse. Su mirada recorrió la habitación, las altas paredes blancas, el cabecero de la cama que él mismo había tallado (en el que un león y un cisne se entrelazaban, dibujando una estilizada “B”) y finalmente, su mirada se encontró con los ojos de Deneb.

-¿Te he despertado?-Murmuró, confuso.-Yo, lo siento…

Ella sonrió, divertida por su desconcierto. Se colocó encima suya para alcanzar sus labios y darle un largo beso.

-Mmmm, tal vez puedas compensármelo.-Rió, con mirada traviesa y jugueteando con sus dedos en su pecho.

Regulus se rió. Deneb adoraba el sonido de su risa. Se besaron, con más intensidad. Las manos de él recorrieron su espalda, su cintura, sus piernas...

Rodó sobre ella para quedar encima.

-Haré lo que pueda.

Los jirones de la pesadilla se esfumaron a toda velocidad.

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