-¡Vamos, date prisa! ¡Tenemos que llegar a los campos elíseos antes de la puesta de sol!
-Voy tan rápido como puedo…
Normalmente era al revés. Regulus era el pequeño y Deneb la mayor, la que cuidaba de él, le protegía y le mimaba. Aunque ninguno de los dos había dejado de ser niños Deneb hacía el papel de hermana mayor y Regulus de pequeño.
Pero no en Francia.
Cuando ella lograba convencerle de que fueran se convertía en una chiquilla alegre que tironeaba de su mano arrastrándole de un sitio a otro, incansable.
Llegaron a los jardines, y Deneb hizo que los recorrieran tres veces para asegurarse el mejor sitio para poder ver la puesta de sol. Finalmente se sentaron en un banco, para alivio de Regulus. Ella se acurrucó contra él.
Era extraño para los dos verse con unos rasgos tan distintos de los suyos. Pero claro, sin poción multijugos no podían dejarse ver en ninguna parte. Deneb había elegido un aspecto de una chica rubia, pecosa, de ojos pequeños y brillantes y bastante más alta de lo que ella era. No tenía complejo por su estatura, pero la verdad es que le apetecía acortar los incómodos centímetros que la separaban de los labios de Régulus.
Regulus en cambio era igual de alto, aunque más ancho. Su pelo era más corto, rizado y de un tono castaño. También su piel era más morena y parecía mayor.
Le gustaba mucho, muchísimo más su Regulus con su mirada oscura e inocente, su pelo negro y sus rasgos de ángel eternamente adolescente.
Era raro. Pero también era divertido saber que debajo de ese extraño estaba su Regulus, que una mano desconocida cogiese la suya de forma tan familiar. Y ver esa mirada pensativa y cálida con la que él solía mirarla en unos insulsos ojos claros que nunca antes la habían mirado.
Regulus cogió apartó un mechón de su cara.
-¿Te gusto o no?-Bromeó ella.
-No mucho.-Deneb puso un mohín.
-La elegí pensando en que te gustaría… Pensé que me pegaba ser rubia.
-Tu eres perfecta tal y como eres.
Deneb se preguntó como podía llevar tanto tiempo compartiendo con una persona cada minuto de su vida sin perder la capacidad de sentir un hormigueo por su estómago cuando él le decía cosas de ese estilo. Se sentó sobre sus piernas y le besó, divertida por que su boca quedara por encima de la de él, al menos en esa posición.
“Definitivamente, tenia que haber sido un poco más alta.”
Él la apartó suavemente.
-Acabamos de recorrernos medio París para ver desde aquí la puesta de sol… ¿No deberías mirarla?
Ella se recostó en su pecho, más centrada en el calor de los brazos de Regulus rodeándola que en cualquier otra cosa.
Con una sonrisa traviesa, cerró los ojos, perdiéndose la puesta de sol para centrarse en el sonido de los latidos de su corazón. “Míos.”
Cuando visitaban Francia ella se volvía caprichosa, risueña e inmadura. Quizá era por la alegría de volver a formar parte del mundo, al menos de la parte del mundo que a ella le gustaba. Pero sólo se sentían a salvo por poco tiempo. Pero para cuando se rompiera el hechizo que les protegía siempre les quedaba su casa, su refugio, su castillo oculto al mundo e incluso al tiempo.
Y ella volvería a cuidarle y él volvería a necesitarla. Todo volvería a estar en su sitio, pero, al fin y al cabo, lo importante de las vacaciones no es cambiar de lugar, si no de rutina.
Deneb suspiró feliz entre los brazos de un extraño que era Regulus. Era agradable volver, por unos días, a estar tan cerca de su primera infancia.
Mi querida Wendy
ResponderEliminarHa sido un relato precioso, lleno de ternura y una belleza artística digna de cualquier novelista que se precie.
Me encanta, sigue escribiendo más para mí, mi dulce musa.
Te quiere
R.A.B.