Supo lo que pasaba desde que le vió: Los ojos vidriosos, la mirada perdida, sus manos crispadas… En realidad Deneb llevaba un tiempo temiendo ese momento inevitable.
Estaba más pálido que nunca, contrastando con su pelo negro y suave como las plumas de un cuervo. Sus ojos parecían dos gemas negras, vacías y frías. Nunca le había visto así.
-Esta muerto.
No era una pregunta. Más bien una acusación con voz rota. Deneb tragó saliva.
-No tenía valor para decírtelo.
-Pero sí para mirarme a los ojos día tras día mientras me lo ocultabas.
Salió del salón, sin mirarla, para encerrarse en el estudio. Deneb quiso correr detrás de él. Abrazarle, consolarle, acunar su dolor como siempre había hecho, pero esta vez no podía. El tiempo parecía haberse detenido y haberla petrificado. Regulus, su niño, su amor, su vida, no la quería a su lado.
Se atrincheró en el estudio. Pasaron día sin verse. Él encerrado con su dolor. Ella torturada por los remordimientos.
No se atrevió a molestarle hasta el tercer día, que cruzó la puerta del estudio con una bandeja con comida y bebida.
-Vete.
SU voz era un susurro ronco. Sus ojos estaban hundidos en unas profundas ojeras violeta. Estaba ovillado en la silla, sobre el escritorio cientos de cartas inacabadas a un hermano muerto.
-Por favor, Regulus… No puedes seguir así.
-Déjame sólo.
-¡No! ¡Basta! Sirius fue un egoísta que te trató mal toda su vida. ¡No dejes que te siga haciendo daño ahora que ha muerto!
Regulus cruzó la sala con tanta rapidez que cuando Deneb quiso darse cuenta estaba frente a ella con los ojos llameando rabia. La golpeó con fuerza en el pómulo derecho. Deneb cayó al suelo. La bandeja se le escapó de las manos y formó un pequeño estrépito. Una copa se rompió en cien esquirlas de cristal, como su corazón.
Regulus la cogió del pelo para hacer que le mirase.
-¡Nunca, NUNCA hables así de él!
“No llores.”
Regulus la soltó. Parecía confundido. Deneb recogió la bandeja y salió a toda prisa para que él no viese las lágrimas que ya no era capaz de contener. Se derrumbó en el jardín, llorando en silencio.
-¿Qué he hecho?-Gimió.-¿Qué le he hecho hacer?
A veces, cuando las sombras anidaban en su alma lograban oscurecer el mundo y hacerla vagar sin saber por donde iba, como sonámbula.
Fue como si despertase cuando las olas saladas lamieron la planta de sus pies. Apretaba un frasquito en la palma de su mano.
Caminó, mar a dentro.
El agua estaba fría. Deneb llevaba un fino vestido blanco que se pegaba a su piel y ondeaba tras ella. Su madre también llevaba un vestido blanco cuando intentó matarla en ese lago. Deneb sintió que una parte de ella murió ese día y que, tarde o temprano, el resto de ella terminaría siguiéndola. Que su cuerpo terminaría flotando sin vida sobre las aguas.
El agua le rodeó la cintura.
Deneb quería a Regulus con todo su ser. Antes eso bastaba para vivir. Pero ya no podía protegerle, ni consolarle. Le había hecho daño y él la había apartado. No podría perdonarla, ni tratarla como antes. Algo se había roto entre ellos. La culpa pesaba demasiado.
El agua le llegaba hasta el pecho.
Kreacher le seguiría cuidando ahora que ella ya no podía hacerlo. Era bueno que se fuera, que le dejase tranquilo. Entre los dos tenían tantos fantasmas que llenaban la casa de sombras. Y ahora estaría, más fuerte que nunca, la presencia de Sirius. Siempre le había odiado, pero ahora desearía haber muerto en su lugar. Regulus lo hubiera preferido…
Las olas le acariciaban la barbilla. Dio unos pasos más de puntillas. El mar le besaba los labios.
Nunca había aprendido a nadar. Las grandes superficies de agua le asustaban con la misma fuerza que le fascinaban. Abrió el pequeño frasco y bebió el potente somnífero que había preparado. Sabía dulce. El mundo empezó a desvanecerse en una fría cuna acuática.
-Mamá.-Gimio su subconsciente.-Perdóname, mamá. No seré mala. No creceré nunca.
Recuperó lentamente la consciencia. Alguien a parte del mar la abrazaba con fuerza. Respiraba, aunque por el dolor sordo de sus pulmones supuso que había trabado bastante agua. Su mente estaba confusa y adormecida. ¿Estaba en brazos de su madre? ¿Estaba muerta?
-Excusez-moi. Je vais éter une bonne fille.- Balbuceó.
Quien la estaba cogiendo en brazos estaba temblando. Sus oídos se destaponaron y le escuchó llorar. Entreabrió lentamente los ojos, sorprendida.
-Regulus…
Estaba empapado. Temblaba y tenía una expresión torturada en su rostro cubierto de lágrimas. Torpemente, aún volviendo a la consciencia, Deneb extendió su mano para apoyarla con cariño en la mejilla de Regulus.
-No llores. Por favor, ma vie, deja de llorar.
-No me dejes.
La miró a través de las lágrimas. Miedo, culpa, rabia, amor… En sus ojos se arremolinaban sentimientos contradictorios.
-Deneb, no te atrevas a volver a dejarme.
Ella enmudeció. Sacudió la cabeza. Regulus la apretó con más fuerza, inclinó la cabeza sobre ella besándola con furia, con violencia, fuego en sus labios mojados.
“Como si de verdad fuera imprescindible para él.”
Y supo que no importaba lo que el hiciera, nunca volvería a abandonarle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario