Había una vez, un hombre y una mujer que vivían solos y sin hijos en las tierras de una malvada bruja. Un día la mujer se quedó embarazada.
Muchos cuentos empezaban de forma parecida. Aunque en esta historia, sus padres también eran brujos oscuros igual que la propia Deneb. Su madre había vivido en un mundo de cuentos y fantasías toda su vida, pero cuando su papel dejó de ser el de niña y le tocó hacer de madre sus cuentos se volvieron más oscuros y más retorcidos.
Deneb se había visto encerrada, atrapada en esos cuentos desde que tenía memoria. Vivían como si pertenecieran a otra época. Modales de dama, vestidos de princesa, educación estricta y rígida por varias institutrices, castigos atroces por parte de su padre ya fuera lanzándole crucios o encerrándola en el sótano con los boggarts (que tomaban el aspecto de gigantes muñecas de porcelana con los ojos y el cabello rubio de su madre muerta).
La malvada bruja se presentó frente al hombre y dijo que el niño que iba a nacer le pertenecía. El hombre no se negó. Su esposa dio a luz una pequeña niña, la bruja vino a su casa y se la llevó. Era hermosa y se llamaba Rapunzel.
Según nació, su padre se encargó de concertarle un matrimonio. Era una forma de asegurar que la sangre de sus descendientes seguiría siendo limpia y de estrechar los vínculos con la familia. Deneb no tuvo muchas opciones. Aceptar, callar y seguir dócilmente el camino marcado por los mayores.
Aún recordaba la primera vez que su tía Wallburga fue a su casa a recogerla para que empezase a conocer y a pasar tiempo con su hijo Sirius, quien sería su marido.
No era ningún príncipe, o si lo era, era un príncipe irascible, bruto, insensible y egoísta. Tal vez también sentía la presencia oscura de sus padres manejando sus vidas, pero en vez de enfrentarse a ellos, se enfrentaba a todo lo que le rodeaba. También descargaba su rabia contra las otras víctimas, como Deneb y contra quienes trataban de ayudarle, como su hermano pequeño.
Regulus de algún modo también veía que estaban atrapados en un anticuado cuento. Pero aunque él sí que era capaz de distinguir a los “malos” no era capaz de enfrentarse a ellos.
“Si tan sólo Sirius se hubiese dado cuenta de que nosotros no estábamos contra él. Si tan sólo se hubiese molestado en escucharnos tal vez todo sería distinto” Se lamentaba Deneb, apoyando la frente en el cristal de su ventana, de su prisión. Pero Sirius nunca quiso escuchar.
Nunca le importó nadie más que él mismo. Así que un día se fue sin más, dejando una nota en la que decía, entre otras cosas que a ella no le incumbían, que rompía su compromiso.
Entonces enfurecida, la bruja salió del escondite y le dijo: "Has perdido a Rapunzel para siempre. Jamás volverás a verla". La bruja enceró a Rapunzel en una alta torre, sin ventanas ni puertas.
Entre su padre y Wallburga decidieron que Deneb era la culpable de que Sirius hubiese traicionado a la familia. Y entre los dos decidieron que había deshonrado a la antigua y noble familia Black. Y, hasta que comprendiese la gravedad de sus actos su padre la mantuvo encerrada en la torre del ala oeste de su mansión. Deneb sabía que era una excusa para desentenderse de ella, que su padre nunca la había querido en realidad y era una forma cómoda de librarse de ella sin deshonrar las tradiciones de la familia.
Llevaba once meses sin sentir el sol ni el viento sobre su piel, sin poder hablar con nadie, sabiendo sólo que el mundo seguía existiendo más allá de su prisión por el paisaje que veía desde su ventana y las noticias que le comunicaba a escondidas su elfa doméstica.
Deneb a veces sentía que se ahogaba. La única forma de escaparse de allí era cerrar los ojos y cantar, sintiéndose un ave encerrada en una jaula de oro; o hacer cientos de pociones en la pequeña marmita que su padre había tenido la compasión de instalarle. Pasaba horas y horas con la mirada perdida en el espejo, cepillándose lentamente su largo pelo castaño.
Rapunzel, Rapunzel, suelta tu melena.
Ningún príncipe vendría nunca a salvarla. Su padre nunca se apiadaría de ella. Estaba muerta para el mundo, y a nadie le importaba.
Rapunzel, Rapunzel, suelta tu melena.
Entonces su elfa le contó que el pequeño Regulus se había hecho mortífago. ¿Regulus? ¿Su niño dulce de mirada profunda y oscura? Tal vez porque siempre le había recordado a una versión más inocente de ella misma Deneb siempre se había sentido en la obligación de protegerle. Por eso se levantó, con la serenidad de haber tomado una decisión correcta.
Entonces Rapunzel olvidó su temor. Estaba deseosa de salir del dominio de esa mala bruja que la tenía presa en aquel tenebroso castillo.
-Dile a mi padre que venga.
La elfa desapareció al instante, tal vez intimidada por la seriedad en la mirada de la joven con cara de niña. Su padre no tardó en llegar. Mirándola con suspicacia.
-¿Y bien?
-Ya sé como devolverle la honra a nuestra familia.
-Te escucho, Deneb.
-Quiero luchar junto al señor oscuro. Déjame unirme a él, padre, te lo ruego.
La sorpresa se reflejó unos segundos en el rostro anciano de su padre, seguido por una sonrisa de aprobación.
-Me parece que tu encierro te ha vuelto más sensata, Deneb. Bajemos al estudio para hablar…
Rapunzel, Rapunzel, suelta tu melena.
A penas unos meses más tarde, el señor oscuro dibujaba su marca en su antebrazo mientras Deneb se mordía el labio inferior con fuerza para no gritar.
Horas más tarde, aún conteniendo las lágrimas de dolor por la marca, asistió a su primera reunión. Todos llevaban máscaras, pero aún así logro distinguir a través de ella los ojos oscuros de Regulus, en una de las figuras más altas. ¿Cuándo había crecido tanto? ¿Habría perdido también sus rasgos infantiles que ella quería tanto? Sintió deseos de correr hacia él y abrazarle allí mismo.
No pudo decirle nada con todos los mortífagos y el señor de las sombras a su alrededor, pero sintió que su corazón por primera vez en mucho tiempo se iluminaba y su pulso se aceleraba con el simple hecho de tenerlo cerca. No entendía por qué sus mejillas le ardían cada vez que le miraba de reojo, ni por qué se le cortaba la respiración cuando sus ojos se encontraron. Después de todo, seguía siendo su primo pequeño, ¿o no?
Cuando estaba cerca, Rapunzel lo reconoció. Al verlo se volvió loca de alegría, pero se puso triste cuando se dio cuenta de su ceguera. Lo abrazó tiernamente y lloró. Sus lágrimas cayeron sobre los ojos del príncipe ciego y de inmediato los ojos de él se llenaron de luz y pudo volver a ver como antes.
Adoro como repites la misma frase en la misma acción pero como si fuesen escenas diferentes.
ResponderEliminarMe encanta como escribes, y la verdad es que me ha gustado mucho que ambos hallamos escrito dos historias diferentes pero teniendo los cuentos como base.
Me has dejado gratamente sorprendido.
Espero más cuentos, querida Wendy.
Te quiere tu Peter
R.A.B.