Deneb estaba de visita en casa de sus tíos. La habitación que su tía Walburga le preparaba tenía una horrible muñeca de porcelana cuyos ojos la vigilaban constantemente. Deneb quería destrozarla. Odiaba todo tipo de muñecas.
Su madre solía jugar con Deneb como si ella fuera una muñeca. Literalmente. La zarandeaba, cambiaba su ropa y ponía a tomar el té junto con otras muñecas de porcelana con una violencia que la aterraba.
Su madre, Camille, siempre había sido distinta. Su mente era frágil. Deneb tardaría muchos años en comprender que su madre siempre sería una eterna niña, su mente estaba condenada a no madurar e incluso su cuerpo parecía negarse a crecer. Tenía 18 años cuando sus abuelos la casaron con un hombre que le triplicaba la edad. Él le hizo cosas que su mente infantil fue incapaz de asimilar y terminó por quebrarse. Se alejó de la realidad encerrándose en su propio país de las maravillas, un mundo distorsionado y retorcido del que ella era dueña.
Camille no dejó de ser nunca una niña, por eso enloqueció cuando su propio cuerpo empezó a crecer, a alimentarse de ella albergando una criatura dentro de sí. Ninguna niña puede ser madre. Deneb creció aprendiendo a temer a esa mujer de cabellos dorados, rostro pálido y mirada confusa, a veces furiosa, en unos ojos plateados que ella había heredado.
A veces jugaba con ella. A veces la golpeaba sin motivo, tiraba de su pelo y arañaba su cara gritando, hasta que alguien conseguía arrancarla de sus brazos. A veces la obligaba a estar completamente inmóvil durante horas, para colocarla entre el resto de muñecas de porcelana. Si Deneb se movía su madre la castigaría.
Su padre era una figura distante y severa. A veces la salvaba de los brazos Camille, pero solía ignorar e incluso castigar a Deneb si ella lloraba.
-Eres una Black. No llores nunca. No dejes que tu cara refleje lo que sientes. Tienes que estar por encima.
Sólo demostró quererla aquella vez. No era la primera vez que su madre estaba a punto de matarla, pero ese día de primavera Camille parecía especialmente lúcida. Se llevó a la niña a los jardines. Preparó un picnic cerca del lago y luego se metió en el agua. Su vestido blanco flotaba, ingrávido, a su alrededor.
-Deneb… Viens, ma pettit!
Deneb tenía miedo. Su madre sonreía, pero sus ojos eran demasiado fríos. No tenía opción. El agua del lago estaba muy fría. Le llegaba hasta el cuello cuando alcanzó a Camille. Ella la tomó en brazos.
-Estás creciendo mucho, Deneb. Niña mala… Eres una niña muy mala.
Deneb tembló. Camille le apartó el pelo de la frente.
-Si tu creces yo también me haré mayor. No quiero. Quiero ser siempre una niña. Así que haré que dejes de crecer, ¿de acuerdo, pequeña diablesa?
Deneb empezó a llorar en silencio. Con suavidad, pero firmeza, su madre la empujó bajo el agua. Deneb aguantó la respiración, pero el aire se escapaba entre sus labios.
Se ahogaba. Quiso gritar y tragó agua helada. Trató de zafarse, pero Camille aguantaba firmemente la presión. Deneb empezó a marearse, a perder la consciencia.
Entonces, un destello verde cruzó el aire. La presión cedió, y unos brazos la sacaron del agua. Deneb tosió y lloró en brazos de su padre. Sobre el lago flotaba el cadáver de Camille. Su expresión era de sorpresa, tan inocente como la de una niña.
-Lo siento. Lo siento muchísimo.-Masculló en voz baja.
Deneb escuchó unos pasos precipitados por el pasillo. Salió para seguirlos discretamente. En la biblioteca, encontró a Regulus llorando, escondido tras un mueble. Su primo tenía en sus grandes ojos oscuros una inocencia que ella sentía que había perdido hacía mucho. Otra vez ese maldito Sirius, su futuro esposo cuando fueran grandes y al que detestaba, le había hecho daño.
Sólo era un año menor que ella, pero Deneb se sentía mayor. Regulus era inocente. Como ella podría haber sido. Sentía que necesitaba conservar esa inocencia, protegerla. No dejar que el bruto de Sirius la pisoteara. Se acercó a él y le abrazó en silencio. No importaba dónde se escondiera, de alguna manera, ella siempre conseguía encontrarle cuando él se derrumbaba.
Sabía que Regulus admiraba y quería a su hermano mucho más de lo que podría llegar a apreciarla a ella, pero Deneb no aspiraba a ser importante para nadie, ni siquiera para él. Pero siempre estaría al lado de Regulus cuando alguien le hiciera daño, para ayudarle a curar sus heridas y a recuperar el brillo de su mirada.
Bien visto, no estaría tan mal casarse con Sirius. Así siempre estaría cerca de Regulus, para protegerlo, para velar por él, y para ayudarle a levantarse cada vez que alguien le empujaba.
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