jueves, 19 de enero de 2012

Temperas.

-Quiero pinturas.

-¿Y a mí qué?

-¿Podrías conseguírmelas, por favor?

-Son caras.

-Por favor,  llevo encerrada meses. Necesito al menos poder pintar o voy a volverme loca.

-Me da igual.

Pero una semana más tarde al llegar a casa arrojó en un rincón pinturas y varios lienzos. Era así siempre: Con ella nunca sabía a qué atenerme. Normalmente era cruel, pero algunas veces...

Desde que volví a trazar la primera línea violeta rompiendo el silencio blanco sentí que la vida aun podía tener algún sentido. El pincel voló en mi mano y mi mente se vaciaba al tiempo que la tela blanca se llenaba de colores que narraban lo que jamás contaría de otro modo. Mi mundo, mi refugio, mi hogar, el único hogar que de verdad era mío. El mismo mundo al que escapaba cuando vivir con mi hermano se convirtió en una pesadilla peor de la que nunca pude imaginar.

El único sitio donde seguía siendo pura.

A ella le gustaba mirarme mientras pintaba. Solía colocarse detrás mía, en silencio, y observar por encima de mi hombro como el lienzo se convertía en una ventana desde la que vislumbraba mi mundo, ese mundo que ella ansiaba conocer, comprender y poseer. Le gustaban mis cuadros, y podía observarlos durante horas. Trataba de descifrar mi mundo, trataba de entender el mensaje cifrado en témperas.  Y demasiadas veces lograba hacerlo.
A veces, cuando la hacía enfurecer, los destrozaba delante mía, aunque le doliese más que a mi. Y le dolía más que a mi.

Me enfrascaba tanto cuando pintaba que tardaba algún tiempo en volver a la realidad. Una vez mi hermano mi hermano empezó a golpearme y hasta que mi sangre no salpicó el lienzo no fui consciente. Debía llevar un rato ensimismada, con el pincel aún en la mano mirando mi ultima obra terminada cuando Jack me limpió la pintura que manchaba mi pómulo haciendo que parpadease desorientada volviendo al mundo real.

-¿Soy yo?

Señaló la esbelta sombra negra que se recortaba sobre el fondo de varios tonos de rojo. Asentí.

-¿Tú?

Me sorprendió que me reconociera como el pájaro azul y amarillo, apresado en una jaula de espinas donde debiera estar el pecho de la sombra. Asentí nuevamente.

Acarició mi cabello, pensativa. Cuando sus dedos finos y fríos acariciaron suavemente mi nuca me provocaron un escalofrío que recorríó todo mi cuerpo haciéndome estremecer. Con ella nunca sabía a qué atenerme.

-Me gusta.-Murmuró finalmente.

Y no pude evitar volver a sonreír por primera vez en años.

1 comentario:

  1. Porque siempre has sido un paraje desconocido para mí.
    Siempre te has ennegrecido, has opacado el cielo y te has negado a que pueda vagar por tus lares.
    Pero cuando pintas... un rayo de sol alumbra algo en tu interior.
    Y cuando esa luz te ilumina, y nos veo a las dos...
    Juntas...

    "-Me gusta.-Murmuró finalmente."

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