lunes, 5 de diciembre de 2011

¿Dónde estás?

No esperaba seguir viva.
Debería estar dando gracias y apreciando cada momento, ¿verdad?
Al principio era un verdadero infierno. Cuando empezaba a recuperar la conciencia sentía cómo si mi cuerpo siguiese envuelto en llamas que me devoraban desgarrando mi piel. Quería gritar hasta perder la voz. Pero mis labios no respondían, y ni siquiera era capaz de morder los tubos que respiraban por mi o me alimentaban.
Era, y aún es tan insufrible que quería morir.
Entonces él me arrastra de nuevo a la oscuridad.
Sé que es él.
A veces, siento que daría mi alma por volver a verle.
Otras veces le maldigo por atarme a la vida. Me aterra pensar en como está mi cuerpo. No quiero vivir si no puedo moverme, si no puedo valerme por mi misma, si no puedo reconocerme en un espejo. Y lo sabes. Así que no me obligues a vivir en esas condiciones.
Poco a poco mi piel deja de arder. Y cada vez me noto más lúcida cuando estoy consciente.

Mi mundo es oscuro.
¿Estás ahí? ¡Háblame!
Sostén mi mano.
El sólo hecho de estar consciente me agota.
Así que duermo.
Duermo.

Odio sentirme tan débil.
Nunca he soportado que me vean como algo frágil. Eso me recuerda a cómo solía sentirme. Papá siempre ocupado con sus planes. Mamá con sus cosas. Yo sintiéndome diferente a los demás niños. Yo no era como ellos.
Y eso me hacía sentir…
Frágil.
No.
Me prometí que nunca volvería a sentirme así.

Recupero la consciencia. Poco a poco voy distinguiendo ruidos. El murmullo angustiado e interminable de mi padre suena en la distancia. Papá, lo siento. Esta vez no puedo calmarte.
¿Dónde estás tú?
¿Estaba equivocada? ¿Nunca has estado?
Te sentía…
Pero tal vez sólo necesitara creer que estabas conmigo. Siempre te he querido más de lo que podía reconocer. Siempre te he necesitado. Y tú siempre has estado en el momento justo. Para recogerme antes de que cayese. Para detener mi sangre cuando me herían. Para abrazarme cuando me sentía triste.
Y ahora te necesito más que nunca. Y por fin puedo reconocerlo. Así que por favor…
Por favor…
No me dejes.
El tiempo es abstracto.
Duermo.
Despierto.
Siento.
Escucho.
Duermo.
Pero nunca está tu voz.
Nunca.
Maldita sea, Fletcher. ¿Dónde estás? No me dejes.
Mi cuerpo esta cada vez más fuerte.
Mi mente, más quebradiza.

Se que es de día. Hay luz al otro lado de mis párpados.
Silencio.
Reúno fuerzas.
Abro los ojos.
Me siento como un recién nacido. La luz me ciega y soy incapaz de distinguir nada. No puedo enfocar. ¿Será así siempre? Siento pánico.
No veo. No te veo, pero reconozco la suavidad de tus labios cuando besas mi sien. Y quiero llorar de puro alivio. La máquina que marca mi pulso se acelera y acaricias mi pelo. Cierro los ojos, disfrutando del contacto cálido de tu piel.
No puedo hablar. Ni siquiera puedo enfocar la mirada, pero reúno todas mis fuerzas para regalarte una tenue sonrisa.

No es mucho, pero es todo lo que puedo darte.

Gracias.

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