Te escucho llorar.
Te limpiaría las lágrimas pero ¿sabes qué pasaría?
Gritarías. Te apartarías de mí como si mi piel quemase. Puede que sintieses incluso nauseas.
Soy monstruoso. Lo sé. Pero aún así…
Golpeo con rabia la mesa. Te escucho llorar más fuerte desde tu celda. Soy monstruoso, y tu hermosa, pero aún así no tenías ningún derecho a gritar al verme. Gritar. Gritaste. Con verdadero pánico, sólo por ver mi aspecto. Puede que sea un monstruo, pero tú no tienes idea de lo que siento. De lo que sentí al verte, pálida y hermosa. De desearte y que tú al mirarme sólo te llevases las manos al rostro, horrorizada y gritaras.
Rugo. Con rabia. Como una bestia, y al fin callas, asustada.
No miras más allá de mi físico. Sólo ves mi monstruosa fachada y decides que soy un monstruo. Un engendro. Una bestia.
Muy bien. Si es lo que quieres ver, lo verás.
Me acerco a tu celda y agarro con fuerza los barrotes. Me miras con pánico. Tus ojos brillan, con un mar de estrellas en tus grandes ojos de bronce. Eres hermosa. Eres tan hermosa… Quiero que seas mía. Y tú nunca dejarás que lo sea. Sólo por mi aspecto.
-Llora cuanto quieras.-gruño.- JAMÁS dejaré que te vayas.
Entierras tu rostro entre tus manos. Tu cabello cae suavemente, como seda líquida.
Te deseo.
Te repulso.
Lloras, me doy la vuelta dejándote sola en tu fría y oscura celda. Donde, y eso me duele, prefieres quedarte antes que compartir la más lujosa de las estancias de este castillo conmigo.
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