Te quiero.
No voy a negarlo nunca más.
Te quiero.
Te amo.
Y voy a matarte.
La boca me sabe a sangre. Me levanto a duras penas. No quiero mirar mir heridas. Puede que no soportase ver lo que queda de mi cuerpo. Mis piernas tiemblan, pero, de algún modo, aguantan mi peso.
Mi vista aun es borrosa, pero escucho el llanto de un niño. Uno de tus pequeños, que hasta hace un momento asesinaba sin piedad, y con esa escalofriante sonrisa vacía, ahora sujeta con fuerza el muñón contra su pecho y chilla como el niño que es.
¿Como has podido llegar a hacerles eso?
¿Como has podido convertirte en eso?
Escucho tu música. Maravillosa. Siniestra. Infernal. Y todos los niños, magullados o heridos de muerte, se levantan como sonámbulos, sin expresión en sus rostros a excepción de esa sonrisa de muñeco. Y andan a trompicones, o gatean. Muriendo y matando por ti.
-Vete.
Tu voz suena más cerca de lo que esperaba y tiemblo. Tropiezo torpemente al volverme, pero antes de que caiga me sujetas.
Tus ojos son fuego verde, espectros brillantes. Un siniestro baile de fuegos fatuos. Ni siquiera son humanos.
Tu piel está cálida, suave, morena. No tienes ninguna herida. Ni siquiera pareces cansado.
-Suéltame.
-Te caerás.
-No me importa.
Bufas y me sueltas. Y, en efecto, caigo de rodillas. Y empuño mi puñal para desgarrarte las piernas pero estoy mareada y cansada. Con facilidad, pisas la hoja de mi puñal, desarmándome.
-Vete.-Me dices con voz suave.-O tendré que matarte.
-¿Por qué no lo haces?
-Ya lo sabes.-Te agachas a mi lado. Tus ojos se clavan en mi alma.-Ya sabes que te quiero.
Y me besas.
Ojalá...
Ojalá pudiera no despegar mis labios.
Ojalá pudiera congelar este momento.
Ojalá pudieras matarme antes de romper el beso.
Ojalá pudiésemos morir juntos ahora.
Te alejas, dándome la espalda.
-Algún día.-Te prometo.-Algún día te mataré
-Sé que serías la única capaz de hacerlo. Y también la única que lamentaría mi muerte.
Y te alejas.
Desvaneciendote en un mar de sangre inocente.
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