lunes, 21 de noviembre de 2011

Hielo y cenizas.

Todo era por mí.

Todo era por mi culpa.

No entendía el porqué, pero lo sabían. Había algo malo conmigo. No creía que fuese algo que hubiera hecho, más bien tenía que ver con lo que era. Había algo malo y oscuro engarzado a mi alma, por eso papá y mamá me mantenían oculta en la casa, y sólo en las noches más oscuras o los días más inhumanamente fríos me dejaban salir.

Aun así me encontraron.

Mamá lloraba histérica, me tapó con una manta y me arrastró a la parte de atrás, a la despensa. Papá trababa las puertas. Pero era inútil. Ellos eran muchos. Rompieron la puerta. Creo que mataron a papá. Yo lloraba en silencio, apretando con fuerza las manos contra mi boca para evitar que ningún sonido se escapase.

-¡Huye! ¡Huye!-Chilló mamá entre alaridos. Así que agarré con fuerza mi manta y me escabullí por la ventana.

Estaba aterrada.

Hacía frío. Corrí entre la nieve. Mis pies estaban descalzos. Recuerdo que deseé haberme calzado las botas. El frío cortaba mis pies, pero no me detuve. Seguí corriendo por el lado helado cuando la luz rojiza me hizo detenerme.

Fuego.

Estaban quemando mi casa.

Mamá seguía gritando desde dentro. La estaban quemando viva.

No pude seguir corriendo. Lloré, iluminada por las llamas y temblando de frío. Rota de pena. Quise gritar. Quise correr y salvarla, o morir con ella. Pero estaba paralizada. En algún momento dejó de gritar, y una ráfaga de viento arrastró cenizas a mi rostro.

Mamá.”

Si fuese posible morir de pena, hubiese muerto en ese instante.

Papá.”

Alguien gritó, y volví a echar a correr, perdiéndome en el desierto de hielo. Y mis lágrimas se helaron atrapando las cenizas de mis padres.

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