Regulus estaba sumido en sus sombras.
Era como si necesitasen pagar de algún modo por el pequeño paraíso al margen del mundo en el que vivían. A cambio de una paz y una felicidad que Deneb nunca había soñado sentir, a veces los dos caían en la oscuridad que llevaban engarzada a sus almas. Y ahora Regulus estaba callado, ausente, distante, arrastrado por una fuerte marea de melancolía que les separaba dolorosamente, incluso aunque estuviesen en contacto físico.
¿Qué había sido está vez? Solían ser los recuerdos de Sirius los que le afectaban de esa manera, sobre todo desde que fue consciente de su muerte. Cualquier cosa podía hacerle recordar a su idolatrado hermano mayor: Un sueño, un ladrido lejano en la noche, una frase que ella hubiese dicho… Cualquier cosa podía haber abierto esa puerta donde él ocultaba todo sus miedos, todo su dolor, todos los espectros oscuros del pasado que no se cansaban de atormentarle.
Regulus empezaba a convertirse en un espectro, silencioso, con mirada triste, ajeno a todo. Y no sólo su actitud cambiaba: apenas comía ni dormía, por lo que empezaba a adelgazar, a palidecer mientras sus ojos perdían brillo, ocultos en sus oscuras ojeras.
Era una noche cálida. Regulus estaba tendido boca arriba sobre las sábanas de la cama con la mirada perdida en algún punto del techo. Deneb se tumbó a su lado, cansada, pero demasiado preocupada para poder dormir. A su lado, Regulus estaba tan inmóvil como una estatua, como un muerto… Un escalofrío recorrió la espalda de Deneb. “Como ese día cuando llegué por los pelos, cuando me di cuenta de que le amaba desesperadamente mientras él parecía estar muerto entre mis brazos.”
-Regulus…
La voz de Deneb estaba impregnada de miedo. Le aterraba verle consumirse así. Lentamente, como si fuese vagamente consciente de su presencia, Régulus ladeó su cabeza hacia ella, aunque sus ojos no se encontraron. Deneb prefería que él llorase, que gritase... Prefería incluso que la golpease a que se encerrase dentro de sí, donde ella era incapaz de llegar.
Apoyó su brazo en el pecho de él, acariciándoselo con las yemas de los dedos. Regulus no respondió. Deneb suspiró y con voz algo más firme, formuló la pregunta sobre la última cosa en el mundo de la que le apetecía hablar, el único tema de conversación tabú entre ellos.
-Regulus ¿querrías… hablarme de Sirius? Por favor…
Él no respondió. Deneb pensó que tal vez estaba demasiado sumido en su tristeza que tal vez no la había escuchado. Pero entonces Regulus empezó a hablar, lentamente y con voz ronca. Le habló de su infancia, de lo mucho que siempre había admirado a su hermano, de lo culpable que se sentía, que se seguía sintiendo cada vez que pensaba en él. Deneb escuchaba en silencio, asombrada por el hecho de cómo una persona podía ser tan maravillosa o aborrecible según quien hablara de ella.
Y mientras Régulus iba hablando, poco a poco, empezó a convertir en palabras el veneno negro que le llenaba el corazón. Y poco a poco sus ojos empezaron a recobrar su brillo, su cara gran parte de sus gestos, su mano buscó la de Deneb de forma inconsciente.
Seguía triste, pero la tristeza se hace llevadera al compartirla, como si una parte de su peso se desvaneciera en el aire al convertirla en palabras. Como si el alivio nos fuera calando poco a poco al ser escuchados. Regulus habló hasta que el sueño cerró sus ojos, aún sujetando con firmeza la mano de Deneb.
-Siempre, siempre puedes contar conmigo.-Susurró ella, antes de ser arrastrada también por la marea oscura de inconciencia a un sueño oscuro y tranquilo. Y de algún modo supo que sus manos no se soltaron en ningún momento durante toda la noche.