No creo que nadie, ni tus amigos, ni tu familia, ni siquiera tu melliza (que más bien parece tu siamesa), sepan en realidad lo especial que eres.
Lo intuyen, por supuesto. En cuanto alguien te observa cuidadosamente es inevitable que se de cuenta de lo diferente que eres a cualquier otro en realidad. Algo que va más allá de la extraña educación que has tenido, del aislamiento, de tu peculiar familia. Tienes un aura que no pasa desapercibida, todos lo intuyen, pero nadie se da cuenta en realidad de lo que significa.
Yo apenas lo concibo.
-Hola Arcturus.-El tintineo dulce de mi voz tiene el encanto suficiente para esconder el ligero temblor al pronunciar tu nombre. Tu hermana me fulmina con la mirada y yo me esfuerzo en ignorarla.
-Buenos días, Dom.
Asesinaría a cualquier otra persona que acortase así mi nombre, pero me encanta que seas tú quien lo haga. Sonrío en respuesta, haciendo que mi pelo rubio ondule como un velo dorado a cada paso.
-¿Qué tal el día?
-No ha sido gran cosa. Historia es aburrida, pero ahora nos toca Aritmancia. Me gusta bastante, así que posiblemente la mañana mejore.
Como si no me supiera de memoria tu horario. Como si no conociera tus asignaturas preferidas, las que menos te gustan y las notas que sacan.
-Eso espero.
-¿Qué tal tu mañana?
Se que es absurdo que mi pulso se acelere por una conversación tan banal como esta, y sin embargo lo hace. Eres mi droga, te necesito. Y cada vez necesito más de ti. Cada vez más. Cada vez más desesperadamente y me temo que nunca tendré suficiente.
Abro los labios para contestar cuando Hydra tironea de tí.
-¡No tenemos tiempo, vamos a llegar tarde!
Te despides con un gesto mientras ella te arrastra y yo contengo el aliento antes de apoyarme en la barandilla de la escalera y exalar un suspiro. ¿Cuantos años llevas robándome el aliento? ¿Cuantos millones de suspiros más vas a arrancarme?
-¡Dom!
Me giro demasiado rápido para recomponer mi expresión de sorpresa al verte volver atrás para buscarme. Tu voz es oscura y cálida, al igual que tus ojos. Los ojos más profundos que jamás halla visto. Secretos océanos de sombras por los que daría el alma a cambio de surcarlos.
-¿Si?
-Espera, un poco más.
Me miras como si compartiésemos un secreto. Como si fueramos cómplices de mis más inconfesables fantasías. Haces que me ruborice y me pierda.
-¿Qué? ¿A qué?
-Ya sabes. No queda mucho, lo prometo.
Y te vas haciendo que mis esperanzas más alocadas hagan latir desbocado este pobre corazón atenazado por el miedo
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