El hielo me abraza. El aire gélido acuchilla mis pulmones, se adhiere a cada milímetro de mi rostro arañándolo.
Quería frío. No puedo quejarme.
Grito en silencio. Quisiera poder gritar de verdad. Respiro con dificultad. Y lloro. No sabes lo que duele llorar cuando el frío es tan indomable. ¿Has visto una lágrima congelada? ¿Te has arrancado alguna vez de tu piel ese pedacito de hielo que brota del alma?
Es lo que yo quería, así que no tengo derecho a quejarme.
También quise ser olvidada. También pedí poder marcharme cuando quisiera, ser nómada, no importar a nadie. Así que no tengo derecho a sentirme así por conseguir lo que quería. Y lo sigo queriendo, pese a las lágrimas. Es más fácil vagar a donde mi estrella me guíe si nada ni nadie me ata a ningún lugar en concreto.
Romper todos las cadenas antes de que duelan cuando tenga que marcharme.
Por que tendré que marcharme.
Es lo que quería, es lo que sigo queriendo. Pero a veces duele. Dios, ¿a quien miento? Siempre duele, pero hay veces que es imposible olvidar ese dolor que normalmente escondo sin problemas en algún lugar de mi alma.
Y a donde tendrás que marcharte?
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