10
La ansiedad es difícil de controlar. Siento un doloroso nudo en el estómago que amenaza con paralizarme, y eso es algo que no puedo permitirme.
9
Porque significaría la muerte.
8
Respirar.
Tengo que respirar.
7
¡Maldita sea! ¡Respira!
6
Eso es. Mejor.
5
Porque aunque esto parezca la peor de mis pesadillas es real. Muy real.
4
Somos animales entrenados para matarnos para su diversión. Todos esperan verme caer. Y yo me he esforzado en no desengañares.
3
¿Tres segundos? ¿Puede ser real?
2
Ya no tengo que esforzarme. Ya no tengo que lloriquear. Ahora toca ser fuerte y luchar.
1
Allá vamos.
La sirena anuncia el inicio de los juegos. No pierdo ningún instante antes de correr escondiéndome entre las rocas del terreno pedregoso que han elegido este año como escenario. Los gritos me llegan pronto. Los ignoro, moviéndome discreta y rápidamente, poniendo distancia, buscando un escondite.
Me he esforzado todo este tiempo para que nadie me tome en serio, para que nadie me vea como una amenaza, para que nadie dedique me dedique el mínimo pensamiento. Dejaré que los animales fuertes se maten entre ellos. Y esperaré a que se debiliten.
Me oculto, sin aliento tras unas rocas. Agudizo el oído. Dedico un momento a pensar, casi divertida por encima del pánico si la audiencia estará sorprendida conmigo, con la niña que lloriqueaba delante de cada cámara rogando que la llevaran a casa con su mamá. Aun les quedan unas cuantas sorpresas. Todo es estrategia y no caeré sin luchar. La batalla termina. El sonido de seis cañones se sucede en la calma. Los tributos que quedan, los fuertes, hablan de alianza temporal.
Espero en silencio.
He demostrado tan insignificante que ni siquiera me recuerdan cuando hablan de los caídos y de cuales pueden ser las estrategias de los que quedan. Hablan (¡estúpidos!) de cada una de las cosas que toman de la cornucopia, dándome una lista detallada de lo que cada uno lleva. Tras prepararse se van.
Aun deben de quedar cosas útiles. Y apuesto la cabeza a que no soy la única que lo piensa. Espero. Empieza a anochecer. Las sombras me hacen temblar y me ayudan a ocultarme mejor. Aguanto el frío, moviéndome lo mínimo para evitar que se me duerman los músculos.
Escucho unos pasos. Me arriesgo a mirar con cuidado. La chica del distrito cuatro y el chico del diez examinan el entorno antes de inclinarse sobre lo que el grupo de aliados ha dejado. No son tan fuertes como los otros, pero para mi representan una gran amenaza.
Espero.
Vigilo sus movimientos.
Cuando se van ya ha caído la noche. Aprovecho el himno y el recuento de caídos para seguirles, saliendo se mi escondite y acercándome a ellos a suficiente distancia. Se acomodan en un recoveco entre las rocas, siendo casi invisible y la chica se duerme mientras él hace la primera guardia.
Demasiado fuerte. Suspiro resignada y espero desde mi escondite. Por fin, el la despierta y se cambian. Trato de mantenerme alerta una hora más antes de coger una afilada y pesada roca y acercarme todo lo que puedo, con la vista fija en el cuchillo con el que juguetea.
Desde unos 5 metros, con mi fuerza, el impacto no es letal, pero consigo que caiga con una sangrante herida en la sien. Me lanzo sobre ella con una rapidez que he ocultado durante las pruebas. Le arranco el cuchillo de las manos y me giro, clavándolo en el cuello del confuso y adormilado cuello del chico. Lo desgarro antes de volverme hacia la chica, no puedo permitirme darle el mínimo tiempo.
-Por favor...-Gime, mirándome asustada a través del velo de sangre.
Pero es su vida o la mía, y el único gesto de piedad que puedo ofrecerle es acabar con su vida de la forma más rápida posible.
Y lo único que puedo permitirme para soportarlo es imaginar que quien aun se aferra a la vida, a quien acuchillo, es mi estilista, es el encargado de la cosecha, es el presidente Snow, es cada mujer, hombre y niño del capitolio, que nos obligan a asesinarnos para arrancar una estridente risa de unos labios ridículamente maquillados.
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